La ilusión de la veracidad


¿Cuánto tiempo es para siempre? Muchos pensarán que «para siempre» es una situación permanente en el tiempo. Sin embargo, a pesar de lo que muchos creen, «para siempre» es solo un breve período de tiempo comparado con la eternidad. Es lo que Movistar demostró de manera irrefutable (al menos así lo hicieron sus servicios jurídicos y la letra contractual más pequeña de todas las letras pequeñas contractuales de la historia): el tiempo no es una medida fiable y depende del momento en el que se inicia la cuenta y en el que se desea acabar.

Probablemente, la acción de Movistar no pasaría, a priori, ningún fact check, o sí. Al final y al cabo, todo se centró un ardid con el que se separaba lo que la publicidad decía, «para siempre», y lo que el contrato de cada usuario fijaba, «sujeto a revisión». Una verdad improbable que creó, en millones de usuarios, una ilusión que llevó a pensar que «para siempre» sería, qué cosas, para toda la vida. No cabía otra consideración en el imaginario popular.

Lo que demuestra el caso de la compañía telefónica es que todo lo que no es chequeado como falso tiene que ser, por su propia naturaleza, cierto. Una vez que se chequeó como falso que el tiempo solo es una unidad temporal sujeta a las consideraciones de una cláusula contractual, la empresa pudo fijar, según su criterio, la duración de su contrato. Un parecido razonable con una de las grandes máximas kelseniana, aquella que reza que todo aquello que no está prohibido está permitido, y que sirve de abono para un escenario político-periodístico que consagra, una vez más, el principio de polarización de los medios de comunicación.

Son muchos los medios, los periodistas, que luchan por la verdad. Subidos en un cuadrilátero, combaten golpe a golpe a la mentira. Una batalla llena de datos irrefutables con los que desenmascaran mentiras, groseras mentiras, mentiras piadosas y, ya puestos, hasta medias verdades (la pureza es la pureza). Un marco informativo presentado con la mayor objetividad que permiten unos datos que intentan elevar el nivel del debate y la calidad del sistema democrático. Al menos eso dice la línea editorial correspondiente.

La búsqueda de la verdad objetiva, la refutación de las falsas afirmaciones de los políticos, crea una ilusión de veracidad. Si cualquier mentira es debidamente diseccionada por el experto correspondiente, los culpables son presentados ante la opinión pública y el jurado popular firma la sentencia condenatoria… todo aquello que no se juzga o escruta en tan riguroso tribunal, por el mismo principio kelseniano mencionado anteriormente, debe ser cierto. Ante tal exceso de celo y rigor, no cabe ninguna otra opción. Ni el lógico volumen de trabajo, ni la imposibilidad de verificar todas las declaraciones políticas… no hay excusa posible. Si no ha sido señalado como mentira es porque, sencillamente, es cierto.

El extenso sumario de falsedades, bulos, declaraciones capciosas, pecados de monja… dejan el jardín de la democracia libre de cualquier mentira. Una ilusión de veracidad que crea un escenario periodístico en el que todo lo que se dice, aunque solo sea por oposición a la mentira, debe ser cierto. Es decir, se construye un espacio en el que la opinión, o el posicionamiento político, ante la ausencia de un fact check que demuestre lo contrario, se convierte automáticamente en un elemento objetivo, en una verdad.

Es difícil calcular el impacto positivo que los mecanismos de fact check tienen para la mejora del sistema y la calidad de la democracia. Que la prensa cumpla con su prototípico rol de watchdog debería incidir positivamente. Sin embargo, lo que parece seguro es que la proliferación de toda una industria en torno a la verificación de informaciones políticas, la creación de esta ilusión de veracidad, ha permitido el incremento de la sofisticación en la polarización de los medios. Del mismo modo que los mayores escuchaban el parte como una verdad absoluta, la única posible, nos hemos acostumbrado a recibir el informe de los fact-checkers como el único revelado de la actualidad. En realidad, el único revelado que podemos soportar. Cuestión de confianza... la que depositamos en nuestro fact-checker de referencia. Lo demás, por supuesto, mienten. 

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