La máxima de Reagan



En la lista de los grandes presidentes de Estados Unidos, al menos de aquellos que recordamos por su relevancia o algo significativo, solemos mencionar a algunos de los Fundadores como Washington, Adams o Jefferson… a Lincoln y su decidida política antiesclavista… Kennedy, como gran símbolo de un país… a Johnson y la Ley de Derechos Civiles… y Reagan, el cuadragésimo presidente de los Estados Unidos que, habitualmente, suele colarse en este selecto grupo. A pesar de una multitud de momentos estelares, como la guerra de las galaxias, el enfriamiento de la Guerra Fría o la lucha contra el narcotráfico, el mandato republicano no aguanta muchas revisiones críticas. ¿Cuál es la clave del éxito? Sin duda, que Reagan cumplió la máxima de Reagan.

Ronald Reagan era un gran comunicador y contaba con un equipo que sabía aprovechar bien sus cualidades. Cuentan, en uno de esos diarios que escriben los asesores, que durante la campaña de reelección de 1984, la candidatura demócrata que encabezaba el ex vicepresidente Walter Mondale, creía haber encontrado un arma infalible contra el presidente republicano. Revisadas cientos de horas de citas de vídeo, compilaron una serie de escenas en las que Reagan se confundía, realizaba declaraciones contradictorias, cometía errores… Una batería de imágenes negativas que no dejaban en muy buen lugar a Reagan y que debían destruir por completo su reputación. Sin embargo, lejos de inquietarse, la candidatura republicana siguió a lo suyo.

Cuentan que el único comentario de Reagan (y su equipo) realizó sobre este spot fue: «nadie escucha la televisión, solo la ven». Esta afirmación no trataba de ser un exagerado ejemplo de cinismo político, sino que trababa de ejemplificar un modo tremendamente práctico de entender la comunicación.

Ya había amanecido en América un día cualquiera como si se tratase de la cabecera de una sitcom, e incluso se habían lanzado a la caza del oso, cuando, revisado el vídeo, los republicanos respiraron tranquilos. Reagan aparecía en diferentes actos, y siempre lo hacía como presidente. Entendían que situándose en el centro de las críticas de los demócratas se reforzaba su imagen presidencial. En la Casa Blanca, con mandatarios extranjeros, en Camp David… más presidencial que nunca. ¿El contenido? Fácil, siempre creyeron que la gente que veía y se informaba por televisión prefería mirar las imágenes que escuchar los mensajes. Como saben, en aquellas elecciones, Reagan ganó en 49 de los 50 estados (con casi un 60% del voto popular).

Sin duda, la candidatura republicana estaba en lo cierto. Aquellas personas que se informan principalmente por televisión, que suele coincidir con aquellas que tienen un menor interés y formación política, son más vulnerables a los estímulos audiovisuales. El poder de las imágenes se impone a casi cualquier lógica y hace a estos ciudadanos más persuasibles a las mismas. Por tanto, presentar al presidente como un gran líder que es visitado por todo tipo de mandatarios extranjeros, en el avión presidencial o en las residencias oficiales, no hace sino apuntalar su preeminente imagen dentro del sistema político.

La máxima de Reagan, primar la imagen sobre el contenido o el mensaje, parece mantener su vigencia como recurso comunicativo. Quizás por ello, uno de los mayores empeños que tienen todos los gabinetes presidenciales, y la war room adjunta, es aislar a sus jefes de cualquier elemento negativo y mostrarlos solo en actos muy favorables. Un constante reciclaje de esta regla que obliga a pasear a tu jefe en el avión presidencial o en el helicóptero, visitar a Merkel, Costa, ir a una cumbre de la Unión Europea, verte con Macron, Trudeau, Trump, un discurso en Naciones Unidas… mientras tratan de no exponerle demasiado en los focos/ciclos negativos de noticias.

La eficacia de esta vieja estrategia debe ser revisada. Puede que no haya CIS que aguante una revisión crítica de la misma. La multiplicación de canales de comunicación, el incremento de la circulación de información y la aparición de las famosas fake news, exponen constantemente la imagen de estos presidentes a los que se trata de proteger de la opinión pública. Y lo hacen, es el mayor riesgo, de un modo no controlado. Mostrando siempre su cara menos favorable, aquella que debilita la reputación que tratan de construir. Puede que, en los tiempos que corren, la comunicación política exija un esfuerzo mayor que ganar la entradilla del telediario con un directo con la señora canciller, el señor presidente de la República francesa...

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