Ese entusiasmo que moviliza
Sorpresa, asco, tristeza, ira, miedo y alegría. «The big six», tal y como Prinz bautizó la síntesis emocional que el famoso psicólogo Paul Ekman publicó hace ya más de treinta años. Una tipología a la que Pixar (actualizada por el propio autor en cinco emociones básicas) sacó lustre en su fantástica «Inside out», y por las que, en forma de fases de un proceso catártico, han transitado miles de ciudadanos gracias al procés, 9N, más procés, leyes para el referéndum y desconexión, 1-O, cargas policiales, soledad internacional, salidas de empresas, huelgas, 155… y un montón de sucesos y reacciones que parecen anticipar el inmovilismo como el único escenario probable en las próximas elecciones del 21 de diciembre.
La campaña electoral catalana ha comenzado y las encuestas se han pronunciado: al menos de momento, no se mueve demasiado voto… solo unos miles en un pausado ejercicio de reordenación intrabloques. Los independentistas se reorganizan entre sus distintas opciones y los anti-independentistas hacen lo propio en su espacio. Aún con variaciones en función de la fuente y el experto que analiza los datos, lo cierto es que son muchos los que parecen decepcionados por la falta de conversión de los independentistas. Unos votantes que, debido a la decepción que debería haber provocado la non nata República catalana o, si lo prefieren, la malograda República catalana, tendrían que haber reconsiderado el sentido de su voto y, como poco, castigado con su abstención a los partidos independentistas. Sin embargo, cabría afirmar que la desmovilización de los más leales supone una esperanza tan irracional como el juicio que les presuponen a aquellos con los que discrepan.
A pesar de las diferencias entre el Canaán prometido y el resultado obtenido, son pocos los que han caído de su caballo camino de Damasco (está Damasco como para hacer media visita) con el consecuente cepazo y la súbita conversión en la fe verdadera (pero la de verdad, verdad, verdadera de la buena). Una evidente falta de criterio o juicio político, apuntan muchos, el que presentan estas personas incapaces de darse cuenta del error en el que viven y que, como causa más probable, resuelven la ecuación con una vinculación a ese fanatismo que tanto incomoda es un proceso cognitivo de lo más racional.
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(Rolls, 2015) |
No sabemos si los independentistas tienen el gen 5-HTT más activo y, gracias a ello, son capaces de transportar una mayor cantidad de serótina y, de este modo, tal y como demostraron Fowles y Dawes, fomentar su participación política. Una constante que no solo se relaciona con la producción y transporte de aminoácidos, hormonas, proteínas… sino que fundamenta una serie de patrones de comportamiento que determinan, o pueden hacerlo, el sentido del voto.
Robinson, Jost y otros autores, ya habían demostrado la importancia que tiene para la participación política, y para el mantenimiento de las posiciones (el refuerzo y movilización), dos estados emocionales: la ansiedad y entusiasmo. Un hallazgo que han relacionado, directamente, con el empleo de campañas negativas. Una modalidad de campaña tan abundante que podría pasar inadvertida si no fuese por la constante alerta en la que viven unos electores fuertemente polarizados (o las consecuencias de un posible backlash effect). Este tipo de campañas, en muchos casos, puede generar un estado de ánimo próximo a la ansiedad. Si un elector se torna ansioso, víctima de la incertidumbre que le rodea (y que ha sido convenientemente atizada por los adversarios), se eleva la probabilidad de disipar las dudas que puedan haberle surgido buscando información, cotejando nuevos datos con aquellos que conservaba en su memoria, recalibrando sus posiciones… un escenario fantástico para todo tipo de fake news y que puede tener como consecuencia el cambio de posición o, directamente, la desmovilización. Un complejo proceso cuyo culpable no es otro que el córtex dorsal medial, el área del cerebro encargado de la memoria a corto plazo, el procesamiento de los errores, el razonamiento inferencial y… en última instancia, la (una nueva) toma de decisiones.

Aunque la campaña negativa, esa larga lista de fallos y traiciones que se atribuye al procés, podría hacer dudar a los más independentistas, al menos de momento, lo cierto es que éstos parecen ser capaces de controlar sus emociones. Muchos podrían argumentar que el fanatismo se reduce a eso, a la activación de esa disonancia cognitiva que rechaza por sistema cualquier estímulo que cuestione sus creencias. También podríamos decir que ese otro fenómeno de moda, la posverdad, es suficiente para mantener ese entusiasmo que alimente el compromiso. Pero más allá de lo evidente, también cabría preguntarse si cualquiera de nosotros no procesa todo tipo de estímulos políticos con esa disonancia activada, seamos o no independentistas.
Es posible, y todavía queda mucha campaña, que no exista ningún estímulo, ninguna información, que haga dudar a los más creyentes, y que por este motivo no deberíamos esperar grandes transformaciones en el voto. Este hecho, es una suposición que no llega ni a la categoría de hipótesis, probablemente se deba a que para muchos la idea de la República catalana ya no sea tan atractiva e ilusionante como lo era hace unos meses, pero es muy posible que la idea de huir de esa España dibujada en su imaginario colectivo sea tan ilusionante que, por sí misma, sea capaz de reforzar ese entusiasmo, creencias y compromiso (además, como hemos advertido anteriormente, su participación política). Todo ello, hay que tenerlo en cuenta, aderezado por un escenario fuertemente polarizado.
Es posible, y todavía queda mucha campaña, que no exista ningún estímulo, ninguna información, que haga dudar a los más creyentes, y que por este motivo no deberíamos esperar grandes transformaciones en el voto. Este hecho, es una suposición que no llega ni a la categoría de hipótesis, probablemente se deba a que para muchos la idea de la República catalana ya no sea tan atractiva e ilusionante como lo era hace unos meses, pero es muy posible que la idea de huir de esa España dibujada en su imaginario colectivo sea tan ilusionante que, por sí misma, sea capaz de reforzar ese entusiasmo, creencias y compromiso (además, como hemos advertido anteriormente, su participación política). Todo ello, hay que tenerlo en cuenta, aderezado por un escenario fuertemente polarizado.
Ante esto solo caben dos opciones para esperar un cambio el día de las elecciones, si es que hay que esperarlo y si es que puede percibirse más allá de los ligeros cambios de votos intrabloques o sutiles modificaciones en las mayorías, y son: i) Activar una campaña negativa por tierra, mar y aire de tal calibre que consiga crear un clima de incertidumbre y zozobra que acabe por provocar la desmovilización de un número suficiente de votantes independentistas; ii) Generar entusiasmo suficiente entre los anti-independentistas, apelando a la idea de esa mayoría silenciosa (si es que existe un número suficiente como para considerarse mayoría) y asegurar el cambio mediante la construcción de un concepto político tan ilusionante que garantice su participación. Una idea, por otra parte, que si no resultase excluyente y agresiva con la otra mitad de la población podría, aún de soslayo, ofrecer un momento de descanso de ese córtex prefrontal dorsal…
Veremos qué sucede y cómo evoluciona una campaña electoral tan atípica como interesante.
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