Banderas de nuestros partidos
Son muchos los países en los que los mítines (casi cualquier acto de campaña) se llenan de una marea de banderas nacionales. El país con el/la candidata/a. ¿País? ¡La nación! Signifique lo que signifique eso de nación, la idea de la mayoría ofrece tanta solvencia como elemento de respaldo que parece casi imposible evitar el uso de este recurso. Incluso en un país como España, siempre a vueltas con los símbolos nacionales, ha sido imposible no recurrir a esa particular combinación de colores, franjas, escudos, estrellas… Un soporte cuya capacidad de influencia y movilización se encuentra muy por encima de la apelación de esa mayoría de la que se quiere presumir.
Banderas esteladas… rojas y gualdas… tímidas tricolores… corazones con una señera, una española y una europea… esteladas vermellas… y hasta multicolores y de Naciones Unidas. Durante todo el procés, no tanto durante esta campaña, hemos tenido todo un muestrario de símbolos con significados poco compatibles, cuando no excluyentes. Sin duda, las imágenes que, mediante la concentración de banderas con el encuadre adecuado, simulan una multitud, alegran a cualquier líder político (esté o no en modo electoral). Pura mercadotecnia que, en muchas ocasiones, se reduce a proyectar esa idea de mayoría (o diferencia del resto de la oferta partidista), algo que limita el verdadero alcance, la capacidad persuasiva, que tienen estos los símbolos nacionales
Si nos detenemos un instante a pensar en ello, parece evidente que los símbolos están dotados significados y que esos significados pueden traducirse en comportamientos (políticos). Una reacción, los efectos que puede tener la exposición a los símbolos nacionales, que ha sido estudiada, principalmente, desde la psicología. Una serie de hallazgo que explican, en buena medida, el uso y el impacto que puede tener el empleo de estos recursos en campaña, sobre todo en una campaña como la catalana.
Los profesores Kemmelmeier y Winter, en un artículo de elocuente título, «Sowing Patriotism, but Reaping Nationalism? Consequences of Exposure to the American Flag», publicaron las principales conclusiones de una investigación que ponía de manifiesto la relación entre la exposición a la bandera y la aparición de sentimientos nacionalistas. En una interesante propuesta, distinguían entre dos términos cuya definición, si bien no está exenta de polémica, son determinantes para medir el impacto que tiene este tipo de símbolos: patriotismo y nacionalismo. El primero de ellos fue definido como love and commitment to one’s country. A su vez, el nacionalismo fue definido como a sense of superiority over other (que relacionaban con la clásica identificación del grupo que se define por su diferencia con el otro).
Kemmelmeier y Winter no realizaron ningún hallazgo que relacionase la exposición a la bandera con el incremento del sentimiento patriótico. Sin embargo, los niveles de nacionalismo se disparaban, relacionando la idea de la nación estadounidense con una posición de superioridad respecto al resto del mundo. Es posible que este hecho no se debiese tanto al símbolo, al estímulo, como al significado que tenía para estas personas. Tal y como habían apuntado Hong et al., ante la exposición de símbolos con un fuerte carácter cultural, los individuos tienden a pensar y comportarse de manera coherente con su cosmovisión y los valores que asocian a los mismos. En este mismo sentido, Ferguson y Hassin ya había demostrado la relación entre los símbolos nacionales y la agresividad entre aquellos que veían los telediarios (una vez más esa constante que relaciona el nivel de sofisticación de los ciudadanos y la influencia de los medios audiovisuales).
La socialización y la construcción cultural de los símbolos evita el automatismo, la correlación si se prefiere, entre la exposición a estos símbolos y el surgimiento (y refuerzo) de un nacionalismo excluyente. Butz et al. demostraron que, cuando un grupo de universitarios de Florida tenía que discriminar entre palabras sin sentido y reales (que iban apareciendo en una pantalla de ordenador) ofrecían una mejor respuesta si se les estimulaba subliminalmente con una imagen de la bandera estadounidense. Éstos identificaban más rápidamente palabras relacionadas con el igualitarismo, musulmanes, justicia… Un hecho que los investigadores relacionaron con la construcción que habían realizado, no del símbolo, sino de lo que representaba: una idea de un Estados Unidos más igualitario. Resultado similar al alcanzado por Hassin et al., quienes preguntaron a diversos estudiantes de la Universidad de Jerusalén por su posición frente al conflicto palestino-israelí. Aquellos que eran estimulados con una imagen subliminal de la bandera de Israel ofrecían respuestas más moderadas, cercanas a las posiciones centristas del sionismo moderado (independientemente de la identificación de los estudiantes como progresistas o conservadores).
El desigual uso de las banderas durante la campaña catalana responde, probablemente, a esa diferencia de significados. No por agitar más veces la bandera se van a conseguir más votos. No obstante, puede resultar útil mostrar una bandera si nuestro electorado identifica su cosmovisión con la de nuestro partido (o causa). Una decisión arriesgada que depende, principalmente, de la correcta identificación de esos significados con los que hemos construido el símbolo. Un trabajo cualitativo del que no tenemos datos pero que nos ayudaría a aclarar quiénes ven reforzado su nacionalismo frente a su patriotismo, o quiénes ven en la bandera una red de significados tan compleja como difícil de explicar en términos materiales.
Si atendemos a los datos del último estudio de opinión del CEO, en el que se incluye una pregunta relativa a la identificación nacionalista, y tratamos de inferir algún tipo de relación, llama la atención que el grupo mayoritario de electores se encuentra entre aquellos que se identifican «Tan espanyol/a com català/ana» (en el 5 de la escala). Quizás por este motivo sea un acierto el logo-corazón de Ciudadanos. Esa apuesta por la fusión de banderas que el Partido Popular ha tratado de copiar en un intento de captar ese electorado más moderado en el que parece imposible que penetre. Solo el uso de la bandera de España parece identificar con claridad el elector estrictamente popular. Un elector que no suma demasiados votos, pero al que no parece molestar el imaginario colectivo construido en torno a esa bandera.
Más difícil parecen tenerlo, al menos desde el punto de vista de la comunicación política, quienes tratan de disputar a ese mismo electorado a Ciudadanos con un intermitente catalanismo proletario, señera ondeante del PSC, o la ambigua indefinición, marca de la casa, de Catalunya en Comú-Podem.
Desconcentrada la oferta partidista-independentista de JxSÍ, queda por aclarar la patria potestad de la estelada blava, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de los electores se identifica como «Més català/ana que espanyol/a» y «Només català/ana». Una bandera que ofrece multitud de posibilidades, el carácter aspiracional de la República catalana es imbatible, pero que también podría identificarse con los elementos más negativos del procés. Quizás por ello, a esta dura batalla, se ha unido el significado del amarillo (otro día hablaremos de semiótica del color y la política). Color cuyo uso ha sido prohibido por la Junta Electoral, pero que ofrece la ventaja de identificar con toda claridad aquello contra todo lo que se lucha.
Más difícil parecen tenerlo, al menos desde el punto de vista de la comunicación política, quienes tratan de disputar a ese mismo electorado a Ciudadanos con un intermitente catalanismo proletario, señera ondeante del PSC, o la ambigua indefinición, marca de la casa, de Catalunya en Comú-Podem.
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Fuente: CEO |
El empleo de la bandera como recurso electoral no asegurará la victoria de ninguno de los partidos. Aunque permite adivinar la estrategia que persiguen, son los significados que se le atribuyen los que sí tienen la suficiente solvencia como instrumento de comunicación para la activación y movilización de los electores. En este sentido, al menos a priori, la estelada sigue presentando un mejor comportamiento que la bandera de España, principalmente por el entusiasmo que sigue generando la meta que se encuentra al final del camino (o el rechazo que provoca el resto de banderas).
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