Contra Cataluña: el error metonímico



Únicamente La Ola y Cromwwell han sido capaces de arrebatar el récord a Good Bye Lenin! en el dudoso registro de haber sido la película más veces proyectada en las aulas en las que se imparte ciencia política. Una película inteligente cuya mayor audacia no está en la crítica al régimen comunista de la Alemania Oriental, la descomposición de una distopía, sino en la sencillez con la que se retrata la construcción de una realidad paralela que, para la protagonista, se convierte en la única verdad. Pura semiosis. 

La comunicación, las imágenes, han desplazado la política a una cruenta guerra de realidades construidas y reconstruidas. Por supuesto, esta construcción tiene unas evidentes consecuencias. Aunque no supone ninguna novedad metodológica, el nivel de excelencia alcanzado en los últimos meses en Cataluña parece no conocer límites. Un escenario en el que el abuso metonímico, designar una cosa por el nombre de otra como si de un mantra se tratase, ha despojado de significado a los conceptos sustantivos, llevándolos a la más absoluta de las banalidades. Esa contigüidad conceptual (de los significados) que Frazer ha definido como magia por contagio y en la que el mejor truco siempre sale de la chistera en forma de un gran continente. Votar es democracia, naturalmente, sea en un referéndum (ilegal o legítimo) o en unas elecciones convocadas vía artículo 155 (legales o ilegítimas). Escenarios contrapuestos de imposible reconciliación pero inevitable tránsito. 

Niños adoctrinados, sociedad civil subvencionada, normalidad democrática, muestrarios de fakes, minorías ruidosas y mayorías silenciosas, una larga lista de agravios, aislamiento internacional, España ens roba, soberanía popular... percepciones de una realidad que, pudiendo ser poco precisas o erróneas, cuando no burdamente manipuladas, forman parte de un gran catálogo de recursos simbólicos con los que se hace más profunda la trinchera. No hay equidistancia posible en esto. La objetividad, la fría y singular certeza, yace en una cuneta víctima de un fuego cruzado entre aquellos que renunciaron al más mínimo sentido crítico. Las guerras no lo permiten y esta norma es la única que ambos bandos respetan. 

Las arrojadizas fake news y la recurrente posverdad no son más que una metalepsis cotidiana, muchas veces en forma de telediario o tertulia, cuyo alcance ha sido suficientemente probado. La construcción de una realidad en la que la semiosis, la elaboración de significados de un objeto, se ha convertido en algo tan abstracto, pese a lo constreñido de los escenarios polarizados, que ha alcanzado una excelencia propia de los greatest hits del agitprop. Tanto que resulta casi imposible averiguar con certeza qué significado tienen los símbolos cuando éstos identifican realidades divergentes y contrapuestas. Un desafío a la lógica expuesta por Morris, para quien los signos completaban un conjunto de reglas que ordenaban el plano simbólico. Una guía de viaje que ha sido reescrita a cada paso y cuya ordenación está más próxima a lo cuántico que a la rigidez de un libro de estilo. Votar es democracia, sin duda... 

Escribir (y reescribir) un nuevo marco de referencia, no obstante, es tarea obligada para cualquier movimiento revolucionario (o contarevolucionario). Una lógica de acción necesaria en la que la definición de los significados marca el rumbo político de aquello que importa (el por qué resulta importante). Un ejercicio ambicioso, lleno de libertad, en el que el único límite parece ser la imaginación. Quizás por ello, esta confrontación en la construcción de realidades presenta una asimetría que concede una enorme ventaja al independentismo. La construcción de un nuevo Estado, la República catalana, obedece a la aspiración que cada una de las personas que da soporte a la idea tiene de lo que debería ser una Catalunya prototípica. Una especie de sueño, no necesariamente pueril ni tampoco demasiado pragmático, en el que las piezas que forman la sociedad catalana parecen encajar de un modo perfecto. Una realidad imaginada que resulta imbatible cuando, en contraposición, aparece una alternativa que se mueve en el espacio (físico y temporal) cotidiano. Ese del que, precisamente, desean huir aquellas personas que aspiran a la construcción de un nuevo marco de referencia.

Contra este sueño solo cabe ir contra Cataluña. Una contraposición de realidades en la que identificar y explorar el error metonímico, descomponer la construcción firmemente forjada en la que el otro ha sido identificado como un adversario. Sea un sol poble, la mayoría parlamentaria, el 48% de los votos, el 33% y bajando, o una proyección que renueva la mayoría, la generosa y exagerada interpretación de la mística de los tiempos únicamente obtiene como respuesta la reconstrucción de unos afectos que parecen más empeñados en la humillación, en el vencedores y vencidos, que en el entendimiento. El abuso metonímico obtiene como respuesta otro error metonímico: construir una realidad monolítica a la contra. 

A pesar de la aparente ventaja de moverse en el plano simbólico, y sin olvidar el enorme esfuerzo al que obliga construir esa meta aspiracional, el abuso de la trasnominación puede conducir a un fallo en la relación existente entre causa-efecto. Una disfunción entre lo que nombramos y el resultado que obtenemos. Un desajuste que, principalmente, se produce cuando el tiempo avanza y hay una pérdida de la eficacia de los significados, alejados cada vez más de la realidad que somos capaces de construir y/o percibir. 

Defender la República catalana resulta mucho más difícil que proclamarla. Construir la realidad deseada siempre resulta mucho difícil que imaginarla. No solo por la hiperactividad que el Estado puede desarrollar para torpedear el nacimiento de un nuevo par, de un nuevo Estado. Las mayores dificultades se producen cuando el imaginario, cuando lo simbólico, debe someterse a un proceso de transustanciación. Épica cuasireligiosa que abre paso a un escenario confuso para el que no existe una metodología, no hay un estándar para proclamar un nuevo Estado y empezar a caminar, pero en el que siempre parece primar la impaciencia. Una impaciencia, muchas veces transformada en impertinencia, que se mueve en un terreno esencialmente pragmático y que pronto puede llevar a la frustración. Tarea difícil, mantener la expectativa como mecanismo de resistencia ante el error metonímico que descubre, entre la decepción y la sorpresa, que la tozuda realidad también actúa contra Cataluña.


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