Diario de campaña: la filtración



Los escándalos en campaña pueden ser una arma de destrucción masiva. Capaces de colapsar la candidatura más firme si son bien cebados, su alcance puede, en muchas ocasiones, superar lo previsto en un primer momento. Corrupción, abuso de poder, sexo, más sexo… son algunos de los temas recurrentes durante las campañas electorales que, en función de la propia cultura y práctica política de cada país, resultan más o menos escandalosos. 

Sacar del armario a algún candidato conservador, infidelidades en un candidato ejemplar padre de familia, un candidato progresista con problemas raciales… toda una batería de hechos que tratan de menoscabar la fortaleza de cualquier persona que se presenta a un cargo público. Si mintió con lo de su amante, qué hará cuando sea congresista?!?! Una falta de honestidad que, por lo general, recibe una dimisión como respuesta. No obstante, no todo se circunscribe a los escándalos de tipo, vamos a llamarlo, familiar/afectivo. Existen otros, mucho más habituales en un país como España, relacionados directamente con la gestión. [De hecho, desde los tiempos en las que se acusaba de ser un mujeriego implacable a un Alfonso Guerra que salía a hombros por el presunto éxito de su sex-appeal, los escándalos sexuales tienen poco o ningún recorrido en nuestro país.]

Los escándalos presentan un problema para ser considerados como un arma de destrucción masiva en una campaña electoral: los electores tienen que responsabilizar al candidato. Algo que parece sencillo pero que, en realidad, no lo es tanto. Qué tiempos aquellos cuando afirmar que se tenía constancia de la corrupción por las portadas de los periódicos era una excusa admisible. Tiempos pretéritos para una realidad imperfecta en la que, además, la corrupción se sanciona en los últimos años con cierta severidad (aunque aún se producen imágenes de políticos corruptos vitoreados y hasta reelegidos por las urnas… quien dice políticos dice futbolistas o tonadilleras). 

La filtración de las conversaciones del Ministro del Interior, Fernández Díaz, y el Director de la Oficina Antifraude de Cataluña, de Alfonso, se ha convertido en el gran escándalo de la campaña. No solo por el alcance del objeto de estas conversaciones, sino además por estallar a unos pocos días de la votación. Aunque el partido afectado pueda intentar establecer un cordón sanitario, limitando su alcance en una Cataluña en la que el PP tiene un escaso rendimiento electoral, lo cierto es que la cabeza del ministro en funciones puede ser la mínima pieza que pidan aquellos que reclaman, no solo ejemplaridad sino además gestos ejemplares. 

Los ataques al candidato a la Presidencia, también en funciones, podrían pasar inadvertidos ante la granítica resistencia de Rajoy en un intento, uno más, de que todo se vea afectado por el «scandal fatigue syndrome». En otras palabras, que la acumulación de escándalos sea tan abrumadora que el electorado, asqueado, termine por castigar levemente los mismos. Pero en campaña no hay posibilidad para esta estrategia. Aunque el candidato popular pueda prescindir de su ministro porque el cálculo electoral así lo aconseje, la cercanía del día de la votación y la reiteración de escándalos pueden tener un impacto negativo difícil de paliar. Es decir, hacer lo necesario puede no ser todo lo necesario y es que, a estas alturas de la película, la atribución de la responsabilidad del acto del ministro no se imputa al ministro sino a quien lo nombró, a quien depositó su confianza en él... y eso es ampliar (y mucho) la capacidad destructiva de la bomba lanzada. 


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