Diario de campaña: la economía
Casi todos recordamos «The economy, stupid», la famosa frase convertida en mantra durante la campaña de 1992 de Bill Clinton y que en los últimos años nuestros economistas de cabecera se han empeñado en repetir hasta la náusea. En realidad, más que una frase, se trata de una de las ideas que James Carville, al frente de la estrategia de la campaña Clinton (vs. Bush), escribió en el war room. Con todo en contra, tras el éxito de la intervención militar en el Golfo Pérsico y con un George H. W. Bush con la popularidad por las nubes, los demócratas concentraron sus acciones de campaña en tres frentes: cambio vs. permanencia, economía y salud. Vista la (previsible) secuencia Bush – Clinton – Bush – Clinton, y el fracaso de todos los intentos demócratas de implementar en los Estados Unidos algo parecido a la seguridad social, parece que todo pasa por la economía.
Con o sin crisis, desde que Gallup pregunta a los estadounidenses por los principales problemas del país, hay un tema persistente: la economía. Algo similar a lo que sucede con el CIS. Quizás por ello, por la facilidad que ofrece un tema con tantas interpretaciones, y por la repercusión en la construcción del relato y programa político, no hay campaña electoral sin economía. Aun cuando, dada su complejidad, sea un tema para que el necesitamos que el electorado esté con su capacidades cognitivas enchufadas a tope. Los enfoque son complejos (hay mucha teoría y posicionamiento ideológico), las cifras se nos escapan y el impacto de los puntos que suben o bajan nuestros impuestos se hace incalculable en medio de la batalla dialéctica. Además del célebre «es la economía, estúpido», alguien debió decir: «es la economía, explícala como si hablases con un niño de cinco años, estúpido!». Claro que también es posible que entonces lo hubiésemos entendido todo y nos habríamos visto obligados a dar la razón a un candidato que no fuese el nuestro. Toda una contrariedad para nuestro sesgo cognitivo.
El debate económico del #12J no ha sido el primero en celebrarse, ya vivimos un Solbes-Pizarro que además de ayudarnos a conciliar el sueño sirvió para demostrar que quien ha desempeñado labores de gobierno, por muy escasas que sean sus dotes para la oratoria, siempre cuenta con la ventaja de la inercia gubernamental (además de poseer una libreta en la que puede apuntar promesas que se convierten en intervenciones públicas). Sin embargo, la llegada de los nuevos partidos abre la posibilidad a un nuevo formato que, sin bien los principales candidatos ya han disfrutado en distintas fórmulas, es original en su planteamiento económico, pero solo en eso.
Al final más de lo mismo. El debate, como siempre, lo ganó con gran solvencia nuestro candidato… quién podría haberlo hecho mejor que él. Bajadas y subidas de impuestos, déficit, pensiones, euro, empleo, guerra ininteligible de cifras… y cambio de modelo productivo. Otro recurrente mantra económico español que lleva años atormentando a los ciudadanos desde los apolillados Pactos de la Moncloa. Puede que esta vez sea cierto, o simplemente puede que la polarización del debate en torno a la continuidad-ruptura del sistema político sea suficiente para dejar a la economía en un discreto segundo plano en el que la gente, el pueblo, las mayorías silenciosas o ruidosas… sean más solventes para la construcción del discurso que los fríos datos económicos. Al fin y al cabo, esa gente, pueblo o mayoría son parte de esa economía, estúpido.
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