Diario de campaña: el voto útil
El final de la campaña está próximo y entre ataques, promesas, más ataques, más promesas… los partidos intentan trasladar a los ciudadanos la necesidad de realizar complejos cálculos estratégicos en un intento de que estos se vean afectados por los viejos efectos psicológicos del voto que, con gran acierto, describió Duverger (Dios guarde a los politólogos eternos!). Y así, en un ataque de extraordinaria racionalidad en los tiempos de la política de las emociones, llegaremos a la conclusión de con qué partido nuestro voto alcanzará una mayor rentabilidad en términos de eficacia, será más útil o simplemente impedirá que los que menos me gustan accedan al poder (la antipatía puede ser muy racional gracias a la aritmética electoral).
Las llamadas al voto útil son un clásico, sobre todo en sistemas electorales como el español en el que, debido al escaso reparto de escaños que se realiza en un importante número de circunscripciones, se roza los efectos más perniciosos de los sistemas mayoritarios, con un elevado número de votos perdidos. Sin duda, si alguien sabe de esto es el binomio PSOE-IU, y es que en la izquierda se ha producido una tradicional fricción entre los reclamos al voto útil (las constantes llamadas del PSOE a la concentración de voto) y las protestas por los sesgos del sistema (IU como principal damnificado dada el escaso rendimiento de sus votos). Lo que es una novedad en estas elecciones es que todos los partidos, sin excepción, estén exigiendo a los demás que digan con quién van a pactar para que, de este modo, todos los electores puedan practicar el voto útil (creyendo que ellos serán los beneficiados).
Todos los ciudadanos, en mayor o menos medida, quieren que su voto sea eficaz. Desean verlo reflejado en las medidas que se adoptan y, en el caso de que estén de acuerdo con ellas, sentirse plenamente satisfechos (inyección de dopamina al canto). Algo que tradicionalmente presenta no pocas dificultades, pues esto del voto útil es toda una contradicción con el actual modelo de comunicación política en el que el marketing que los partidos ponen en funcionamiento se asemeja, cada vez más, al marketing de servicios: aquel basado en una vaga promesa de futuro cuyo cumplimento se distancia tanto en el tiempo que su comprobación empírica deja de tener sentido (lo que hace que sea muy difícil penalizarlo por un eventual incumplimiento).
Sin embargo, los partidos, atacando a una de las mayores virtudes que plantea la comunicación electoral, han decido emprender la guerra por el voto útil: hay que decir con quién se pactará y a cambio de qué. Es decir, los partidos se obligan entre ellos a dejarse de promesas vagas de futuro y aclarar qué harán ante el ineludible encargo de formar gobierno… acortando el tiempo de cumplimiento de su promesa considerablemente. Esto hace que, a su vez, se les exija (al menos en teoría), a los ciudadanos acortar el plazo que le dan a los partidos para el cumplimiento de su promesa (al menos la más inmediata, que no es otra que formar gobierno). Una novedad interesante, totalmente novedosa en la comunicación política española y que, todavía, está por ver qué efectos tiene en el voto.
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