Diario de campaña: el postdebate
Pre-debate, debate y post-debate. Una secuencia lógica en la que, si hay una fase decisiva para ganar a los adversarios, esa es el post-debate. Momento este, en el que una oleada de expertos salen en los medios de comunicación a explicarnos quién ha ganado, no sea que tengamos ideas propias y hayamos llegado a una conclusión equivocada. De hecho, podríamos decir que, en realidad, el debate es lo que sucede mientras los tertulianos preparan sus argumentarios para vencer en la poco honrosa labor de ganar lo que sus candidatos han perdido mientras discutían en un debate anodino y (casi) carente de momentos clave.
Con poco ritmo y con más confusión que claridad, solo la corrupción (y tímidamente Cataluña) pareció levantar el interés de un debate en el que todos tenían más preocupación por no perder apoyos que por intentar ganar algún voto. El escenario dibujado por las encuestas ha hecho buena la máxima de todos los debates electorales: conservar antes que arriesgar. Un inmovilismo que solo intentan romper aquellos candidatos o partidos que van por detrás e intentan sumar algún nuevo elector o, al menos, ganar un poco de cuota de pantalla. Sin embargo, la reciente configuración de España como un régimen parlamentario, oh sorpresa!, hace que los ataques a los adversarios sean siempre relativos, como peleas de enamorados. Todas salvo el gol de Rivera en el tema de la corrupción. Un tanto marcado por toda la escuadra de Rajoy, y en el centro de los votantes del PP.
A este hecho, hay que añadir un factor decisivo: la lejanía del debate respecto al momento de la votación. Quedan 12 días para las elecciones y cualquier hecho distorsionante que hubiera podido producirse, con casi toda seguridad, se hubiese diluido lentamente en el transcurso de la campaña electoral. Si le sumamos la negativa cómplice de muchos partidos a volver a debatir, incluso rompiendo algunos compromisos adquiridos, el resultado deja una foto fija de fácil cálculo.
Quizás por todo ello, y para asegurar los tantos marcados (o no) durante el debate, lo más importante es ganar el post-debate. Activar a tope nuestros sesgos cognitivos y que nuestros medios de comunicación de referencia, o influencers, nos digan que estamos en lo cierto cuando afirmamos con rotundidad que nuestro candidato ha ganado de calle, aunque nos hayamos dormido en uno de los ridículos descansos a los que obligan los bloques publicitarios de las cadenas privadas. Y para alcanzar este objetivo, nada mejor que acudir a los debates post-electorales, esos que empiezan justo después del debate y se alargan más que un carrusel de premios de Noche de fiesta. Lo que sea necesario mientras los hashtag lanzados por los community manager de los partidos conquistan las redes sociales. Y es que todo el mundo sabe que ganar las elecciones de Twitter es fundamental. Dura empresa esta de vencer en el post-debate, tanto que los candidatos no se fatigan en ella, para eso tienen a los demás.
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