Diario de campaña: el desmentido



En medio de la calma-chicha dominguera un vídeo ha recorrido la red a toda velocidad con la única intención de hacerse viral: Pedro Sánchez, tras saludar a una familia en la calle, se limpia la mano. Algo que podría pasar más o menos inadvertido si no fuese porque las dos personas saludadas eran dos niños negros, y tanto PP como Unidos Podemos se han dedicado a agitar el vídeo con la intención de mostrar al verdadero Sánchez: un hombre racista y/o clasista. Si el candidato socialista fuera Farage o Le Pen, este gesto podría haber respaldado su imagen y hasta darle algún voto, pero en un partido como el PSOE puede debilitar la construcción de su discurso. 

La guerra sucia en campaña, la difamación, es algo tan antiguo como la propia política. Una estrategia que los Whitaker y Baxter perfeccionaron hasta convertirla en un recurso imprescindible en las campañas estadounidenses. Poco margen para la política de altura, para esa que busca un debate en profundidad cuando todo se reduce a una batalla de gestos e interpretaciones. Esa que revuelve en los cubos de basura, ahora reconvertidos en timeline de Twitter, para encontrar ligueros o pruebas de embarazo que debiliten al candidato hasta hacerlo dimitir. 

Es evidente que Pedro Sánchez no es racista. Tan evidente como la malinterpretación que desea hacerse del gesto en cuestión para atacarle mediante el empleo de «la técnica Lyndon B. Johnson». Cuenta la leyenda que en medio de la campaña presidencial de 1968, el candidato demócrata dejó correr un inquietante rumor sobre su rival: el republicano Barry Goldwater se acostaba con cerdos. Fueron muchos los asesores que se acercaron a Johnson para advertirle que él mismo sabía que el rumor era falso, ante lo que el demócrata respondió: I know. I just want to make him deny it

Algo similar a la decenas de polémicas que han acosado a otros tantos candidatos en las elecciones, desde la fama de mujeriego hasta aquellos a los que se acusaba de emplear la palabra «niger» para referirse a los negros. Una técnica que se ha exportado con tanta fidelidad al original que, en el libro de memorias de Michael Ashcroft, David Cameron fue acusado de participar en extrañas ceremonias sexuales rituales con animales… y volvió a aparecer el cerdo en cuestión y las acusaciones de pig-fucker. Otro piggate... se ve que la han tomado con el pobre animal. 

Aunque los ejércitos de bots dirigidos por los community manager de los distintos partidos se han enfrentado para demostrar que Sánchez es un racista o lo contrario, lo cierto es que todo se reduce a un «ya sé que Pedro Sánchez no es racista, pero quiero ver como lo niega»… un Lyndon B. Johnson en toda regla. Desviar la atención de la campaña, debilitar la imagen del candidato rival con una calumnia y esperar a que el aluvión de críticas obligue a un desmentido oficial. Por suerte, para que esta técnica funcione es necesario contar con un actor fundamental, los medios de comunicación. Medios que no se han mostrado especialmente interesados en inflar el suflé. Suerte para Sánchez, suerte para todos.


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