La política ha muerto, viva el politainment!
Hace mucho, mucho, pero mucho tiempo… eran legión los que advertían de la degradación a la que la inevitablemente se conducía la política. La política de masas, esa gran amenaza para los defensores de una visión aristocrática de la democracia y ante la que cientos de autores llevan décadas escribiendo catálogos de supervivencia. Desde las claves ofrecidas de manera temprana en la Francia de 1967 por Roger-Gérard Schwartzenberg, quien por cierto llegó a la Asamblea Nacional, en su «L'État spectacle. Essai sur et contre le star system en politique», o el más temprano «Propaganda» (1927) obra de Edward Bernays, padre de las relaciones públicas… o mucho más temprano todavía, el «Breviario de campaña electoral» que Quinto Tulio Cicerón escribió a modo de diario de viaje de la campaña que su hermano Marco emprendió para ganarse el favor de los ciudadanos de la República romana [seguro que muchos esperaban encontrar una referencia al multicitado y poco leído «El arte de la guerra» de Sun Tzu, pero para replicar frases ya tengo como autores de cabecera a Oscar Wilde y Mark Twain].
Gran escándalo provoca la resistencia de (algunos) los líderes políticos a la hora de acudir a programas de información política y/o entrevistas y la facilidad con la que visitan El Hormiguero, las aventuras de Calleja o la casa de Bertín Osborne. Suenan las trompetas anunciando una nueva venida del apocalipsis político culpa de la espectacularización… una más de otras muchas que han llegado antes (y otras tantas que vendrán después). Si dejamos de lado (o no) los presupuestos de la videomalaise o el politainment, lo cierto es que nos encontramos con el mercado electoral, uno de los más competitivos en el que podemos participar pues cada consumidor cuenta únicamente con un voto que puede usar para adquirir solo un objeto tras cuya compra se extiende un ticket que dice: «no se admiten devoluciones». Quizás por ello, continuando con la caracterización de los electores como consumidores (puede que ese grado de racionalidad sea excesivo), es obligado aplicar criterios comerciales a las estrategias de comunicación de los partidos políticos, mucho más durante la intensa campaña electoral.
Gran escándalo provoca la resistencia de (algunos) los líderes políticos a la hora de acudir a programas de información política y/o entrevistas y la facilidad con la que visitan El Hormiguero, las aventuras de Calleja o la casa de Bertín Osborne. Suenan las trompetas anunciando una nueva venida del apocalipsis político culpa de la espectacularización… una más de otras muchas que han llegado antes (y otras tantas que vendrán después). Si dejamos de lado (o no) los presupuestos de la videomalaise o el politainment, lo cierto es que nos encontramos con el mercado electoral, uno de los más competitivos en el que podemos participar pues cada consumidor cuenta únicamente con un voto que puede usar para adquirir solo un objeto tras cuya compra se extiende un ticket que dice: «no se admiten devoluciones». Quizás por ello, continuando con la caracterización de los electores como consumidores (puede que ese grado de racionalidad sea excesivo), es obligado aplicar criterios comerciales a las estrategias de comunicación de los partidos políticos, mucho más durante la intensa campaña electoral.
Para entender esta deriva, o al menos intentarlo, es obligado tener en cuenta algunas consideraciones previas: ¿Los españoles tienen mucho interés por la política? ¿Consumen mucha información? Si hacemos una lectura rápida de los descriptivos que nos ofrecen el CIS, la respuesta parece clara: poco interés (aunque se ha incrementado en los últimos años) y poco consumo de prensa (modelo de prensa de elites) y radio (por la mañana la radio continúa siendo el principal medio de referencia), aunque la televisión se dispara como el medio favorito de los españoles para informarse. Datos de la AIMC que confirman el reinado de la televisión sobre todos los medios aunque cabe advertir, tal y como apunta el Reuters Digital News Report 2015 en su encuesta anual realizada por YouGov, que los segmentos de edad más jóvenes - 18/24 · 25/34 - se informan principalmente por medios digitales.
La televisión ofrece a las distintas candidaturas la potencia de sus canales de difusión pero a cambio pide que se adapten a sus formas y códigos. Principalmente porque la televisión no nació como un medio de información sino como un medio de entretenimiento que impone su lógica a casi todos los productos que produce. Una combinación ganadora: una población con poco interés por la política, que se informa poco pero que ve mucho la televisión… la ecuación casi se resuelve por sí misma: viva el entertainment! Una apuesta arriesgada que algunos medios como La Sexta (o los menos citados canales de la TDT Party) realizaron hace tiempo y que ha resultado premiada. Buena noticia la llegada de una nueva edad de oro (vamos a dar por supuesto que antes hubo otra aunque no la recordemos y así nos damos un poco más de importancia) para los politólogos, aun cuando la mayoría de las tertulias se entreguen al más puro entretenimiento, abandonando, en su mayor parte, el rigor en favor de la espectacularización de los datos. Y es que ante la ausencia de formatos más normalizados, siempre quedará la explicación y la divulgación en este tipo de programas, todo un consuelo… o al menos debería serlo. Claro que al final, entre tanto ruido, un poco de ciencia es como una de esas bolas de plasma (Inert Gas Discharge Tube) que ponen en las ferias del condado, esas que la gente toca y se le pone el pelo de punta… hay mucha ciencia, sí, pero al lado de una vibrante subasta de cerdos el mismísimo Nicola Tesla parecería del todo irrelevante.
Es importante tener en cuenta que la mayoría de las herramientas de monitorización de la conversación social, y las que empleamos para observar la evolución de la opinión pública, nos hablan del escaso rendimiento (aunque con efímeros momentos de gloria) de los issues políticos. La poca proyección de los asuntos políticos (aunque ha mejorado con la crisis), y la existencia de un cuerpo electoral que se informa e interesa poco por la política, obliga a las distintas candidaturas a renovar el going public y acudir a los espacios donde se encuentran los votantes, sus votantes (principalmente aquellos a los que hay que activar). Estrategia mediática de populares y socialistas (y que todos los demás ponen en funcionamiento) con una visión maximalista que Pedro Sánchez y Mariano Rajoy han alcanzado acudiendo a casa de Bertín, a las aventuras de Calleja, Qué tiempo tan feliz… lo que les ha permitido cumplir con una serie de objetivos tácticos evidentes: que les vean sus votantes potenciales; llegar a ellos a través de un formato poco politizado y amable en el que los espectadores están menos alerta; convertirse en un man of the people (mucho más si sacamos a la familia)...
La vulgarización de los candidatos, una estrategia tan vieja como la propia política que en este período democrático inauguró Suárez con un reportaje a todo color en la revista Hola días antes de las elecciones y en el que podía verse al presidente con su familia: un hombre del pueblo, uno más entre nosotros... el mejor de nosotros. Una obsesión de (casi) todas las candidaturas para cuyo cumplimiento optan por priorizar una estrategia eminentemente práctica, con una correcta elección de los canales de comunicación, al tiempo que renuncian a la batalla política e ideológica. Algo que parece horrorizar a muchos, la pureza de la política al rescate, y que no hace sonrojar a los expertos en posicionamiento.
Activar, reforzar y convencer. Funciones estándar de cualquier campaña entre las que activar aparece como la más importante, la que más rendimiento alcanza y que, sin duda, coincide con uno de los problemas más importante del PP y PSOE: activar su base electoral (o evitar su fuga hacia otras opciones partidistas, aunque algunos se han alejado tanto que ya no escuchan el altavoz). Ante esto cabría una nueva pregunta, el perfil de votantes del PP y/o PSOE, ¿se parece más al público que ve El Objetivo o al que ve En tu casa o en la mía? Claro que también podríamos preguntarnos cuál es el coste/beneficio de acudir a un debate en el que uno pueda acabar convirtiéndose en el punching ball del resto de candidatos. Pues eso, mejor te quedas cocinando en casa de Bertín.
Qué importa el contenido si, tal y como apuntan muchas investigaciones, lo fundamental es estar expuesto a la información, aunque pueda tener poco valor. Máxima que Reagan practicaba con gran entusiasmo, le daba igual quedar bien o mal pues para él lo importante era salir en televisión y que todo el mundo supiese quien era el Presidente de los Estados Unidos. Al fin y al cabo, quién se acuerda de la candidatura de Soria cuando está en juego La Moncloa.
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