El triunfo de las neuronas espejo
Un mono coge un objeto, otro hace lo mismo, luego otro… una serie de repeticiones o imitaciones que fueron estudiadas en la década de 1990 por el neurocientífico Giacomo Rizzolatti quien descubrió, junto con su equipo, la existencia (en la corteza motora) de las neuronas espejo. Unas células del cerebro que en los primates se activaban cada vez que observaban e imitaban el comportamiento de otros monos o de sus cuidadores. Todo un hallazgo en los animales que debía ser probado en los seres humanos. Una investigación arriesgada en la que la neurociencia ha trabajado desde entonces y en la que ha conseguido importantes avances, algunos también en la comunicación política (o eso nos gusta creer).
Vinculadas a las acciones motoras, en los seres humanos resultan fundamentales para entender las intenciones, el motivo de cada acción (y qué viene después). Una función similar a la de los monos que buena parte de las investigaciones han tratado de dotar de una mayor complejidad. En los humanos, las neuronas espejo, tal y como concluye Ramachandran, son las responsables de nuestra capacidad de empatía, el surgimiento de la cultura humana… e incluso del habla, de hecho, tal es su importancia, que se atribuye el autismo (no sin polémica) a un mal funcionamiento de estas células cerebrales (broken mirror hypothesis). Más teorías que certezas en una función que muchos neurocientíficos sitúan como la piedra angular de la empatía, base para la creación de un sistema social, de un grupo.
Las evidencias sobre la existencia y el funcionamiento de las neuronas espejo fueron llegando poco a poco (aunque muchas de las dificultades continúan) gracias a experimentos como el que realizó Gallese (o Wicker et al.). Este neurocientífico observó la reacción del cerebro mediante una resonancia mientras exponía a un grupo de personas a olores desagradables y a otro grupo a vídeos en los que se mostraba la expresión facial de personas que reaccionaban ante esos mismos olores desagradables. Las resonancias demostraron que en ambos grupos, los que olían y los que veían los vídeos, se activaba la misma región del cerebro, la corteza insular (el área que se encarga de las emociones y los sentimientos). Es decir, las personas que no recibían estímulo alguno en su olfato eran capaces de ponerse en el lugar del otro y reaccionar del mismo modo… pura (y desagradable) empatía.

En los últimos años son muchas las fórmulas partidistas (o líderes) que han ido más allá de lo estético (aún sin abandonar la importancia de las formas) y han apostado por el fondo, al menos eso parece, incorporando herramientas que sean capaces de sumar a los ciudadanos, bien a través de su participación en decisiones como la elección de los candidatos de unos comicios o en el proceso deliberativo (la toma de posición). Todo ello con la firme intención de convertir estas organizaciones y sus líderes y/o candidatos en un espejo de los ciudadanos a los que desea representar. Una apuesta por la inteligencia política, aquella que trata de activar las neuronas espejo, no la de los ciudadanos sino la de los candidatos. Un trabajo a menudo extremadamente complejo, pues son muchos los que recitan sin parar ese desacierto convertido en letanía: chss que yo conozco a mi electorado.
La lógica de la acción de la política ha cambiado. Desde hace unos años ha entrado en funcionamiento (o se ha hecho visible) lo que Giovanna Cosenza ha denominado spotpolitik. Una nueva metodología que pone el acento en la escucha, en ponerse en el lugar del otro (es la empatía, idiota!), que se ha visto acompañada de toda una batería de herramientas (viejas y nuevas) para integrar a los ciudadanos en el proceso político. Una reunión en la plaza del barrio, un canvassing informando de las últimas novedades, una aplicación para incorporar las demandas e ideas de los ciudadanos al programa de gobierno… una apuesta por lo que el profesor Subirats ha definido como la coproducción de las políticas. Y es que lo realmente significativo de este nuevo modo de proceder en política, que tiene su parte más visual en el modo de comunicarse, no es tanto que se escuche a los ciudadanos o se les invite a hablar, algunos llevan tiempo haciéndolo, sino que están cambiando las reglas del juego: lo importante no es difundir el mensaje, es elaborarlo conjuntamente con la ciudadanía. Un esfuerzo en el que los políticos, en mayor o menor medida, intentan construir un nuevo relato y recuperar el tiempo perdido.
La neuropolítica lleva algún tiempo intentando comprender los mecanismos formales con los que se consiguen activar estas neuronas espejo, principalmente por las claves que aporta para despertar la empatía en los ciudadanos. Una gran inversión de recursos en la búsqueda de la solución al jeroglífico que plantea el córtex, mucho más complicado que descubrir la fórmula de la CocaCola, que quizás no sería necesaria si la mayor parte de los partidos y candidatos hubiesen dedicado tiempo a atender a los ciudadanos, a escucharlos, sin necesidad de realizar una resonancia a sus cerebros. No valen atajos en este propósito, una herramienta para recoger propuestas o un cambio de look no fomentarán la empatía con los electores. No es un problema de técnica sino de actitud, y el nuevo marco de referencia de la comunicación política lo hace cada día más evidente.
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