Neuropolítica: dopamina y votos
Uno de los campos de estudio al que más recursos han dedicado los politólogos es el comportamiento político. Principalmente en un intento de analizar comportamientos pasados que sean capaces de predecir (estimar) los futuros, o al menos, dar algún sentido lógico a los devenires del proceso electoral. Un intento que se ve truncado, con frecuencia, por las afiladas herramientas del marketing político y, otras tantas, por la aparentemente impredecible inconsciencia de los electores (también conocido como el maravilloso libre albedrío del ser humano).
El cerebro sigue siendo un gran desconocido para la medicina aunque son constantes los intentos de la neurociencia por acorralarlo y encontrar todos los secretos de su funcionamiento. Un interrogatorio en el que el foco lo ponen distintas resonancias con las que el cerebro se ilumina formando preciosos calidoscopios. Así, midiendo su reacción ante determinados estímulos, observando su comportamiento asociado a patrones como la alegría o el miedo, es como algunos científicos se dieron cuenta de algo obvio: si somos capaces de medir con total precisión la reacción del cerebro ante determinados estímulos y los reproducimos en la vida cotidiana de las personas, podremos condicionar su comportamiento. Nacía, casi sin proponérselo, el neuromarketing.
Un campo de estudio en el que las grandes corporaciones han tomado gran ventaja. Por ejemplo, Chrysler, en colaboración con la Universidad de Ulm, realizó un estudio para analizar la reacción de los consumidores, todos hombres, antes distintos tipos de coches: un utilitario, un monovolumen y un deportivo. Para conocer su opinión sobre estos modelos se les entregaba un pequeño formulario en el que debían calificar distintos aspectos de cada vehículo: prestaciones, precio, consumo… Tras observar la activación del área del cerebro que se ocupa de las recompensas, los hombres puntuaron mejor los deportivos que el resto de modelos, aunque en teoría debían recibir una peor calificación en la mayoría de las preguntas que se realizaban. La (imaginada) placentera sensación de conducir un deportivo no tenía rival. La (presunta) racionalidad que toda compra lleva aparejada, sobre todo aquellas que suponen un gran esfuerzo económico, se veía aplastada por la emoción. Un campo de trabajo con grandes posibilidades.
Los departamentos de guerra psicológica son un estándar en cualquier ejército que se precie de serlo, desde el enano de Gila que desmoralizaba a las tropas del enemigo hasta la Rosa de Tokio que anunciaba las infidelidades de las novias de los soldados estadounidenses que combatían en el frente. La PsyWar ha contado con experimentos mucho más elaborados, como el famoso Proyecto MK Ultra el que la CIA trabajó en el control mental dispensando LSD a todo el que lo pedía, o el Proyecto CHATTER, el que también la CIA experimentó el uso de drogas en interrogatorios (la relación de Langley y las drogas merece un estudio). Control mental, privación sensorial o el clásico bombardeo de noticias falsas al estilo de Zapa, distintos métodos y un mismo objetivo: controlar las mentes de los ciudadanos e influir en su comportamiento. Ya lo decía Castells, es más fácil formar mentes que torturar cuerpos.
Quizás por ello no debe sorprendernos la aplicación de la neurociencia en política. Hace ya algún tiempo de la publicación de un estudio de la University College de Londres en el que se medía el grosor de una amígdala cerebral (que se ocupa de procesar las emociones) y en el que se concluía que aquellas personas con un mayor volumen tienden a ser más conservadoras desde el punto de vista político. Todo un descubrimiento que limita, al menos para la neurociencia, el libre albedrío de estos sujetos que, por mucho que se vistan con camisetas progres, calcen zapatos ecológicos y miren a través de sus gafas de pasta… no están más que intentando doblegar a su verdadero yo, ese que está determinado por el azar darwiniano de la herencia genética.
Pero no todo podía ser determinismo. En otro estudio, Westen mostró a distintos grupos de votantes (al tiempo en el que realizaba una resonancia en su cerebro) contradicciones en las que habían incurrido Bush y Kerry durante las elecciones de 2004. El profesor de la Universidad de Emory descubrió el funcionamiento de la disonancia cognitiva: mientras que los votantes republicanos disculpaban a Bush (los demócratas hacían lo propio con Kerry) y culpaban a Kerry, la resonancia mostraba la activación del área del cerebro que se ocupa del control de las emociones. Es decir, el modo en el que su cerebro bloqueaba los sentimientos y la razón tomaba el control (aunque fuese solo para defender sus posturas políticas).
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Scary or sensational? |
Algunas de las grandes revelaciones del neuromarketing no suponen un gran hallazgo sino la confirmación de algo que sospechábamos desde hace tiempo. Gracias a las nuevas técnicas se ha encontrado, por ejemplo, una relación directa entre los niveles de dopamania y la política. Neurotrasmisor que se ocupa de las funciones motoras y que se encuentra directamente asociado al sistema del placer de nuestro cerebro (se ha confirmado lo que Westen definía como el cerebro emocional). Elegir la opción política que más nos satisface, todo un desafío para nuestra mente cuya resolución nos proporcionará un gran placer, un gran bienestar (sobre todo si la candidatura elegida resulta vencedora). Quizás por ello los responsables de las campañas electorales llevan décadas haciendo bueno aquel principio de Bernbach, uno de los padres de la publicidad moderna: emocionar para persuadir. Una máxima que conduce a la política al terreno de las emociones y se empeña en difuminar la racionalidad con la que Downs dotó a los electores.
Es en este punto donde el neuromarketing muestra su lado más aterrador. Desarrollos capaces de condicionar el comportamiento de los ciudadanos con un grado de eficacia que permite pocas dudas. Un escenario, propio de las novelas de Huxley o Burgess, todavía lejano dado el exiguo éxito que algunas aplicaciones de la neurociencia han conseguido. No obstante, también cabe pensar que si fuésemos capaces de alcanzar el conocimiento de todos los estímulos necesarios para activar cada parte del cerebro, de averiguar la fórmula secreta de los aminoácidos que intervienen en la toma de decisiones irracionales, etc. también seríamos capaces de ofrecer a esos mismos cerebros la posibilidad de tomar decisiones esencialmente racionales… incluso podrían convertir el voto en una experiencia verdaderamente individual.
El neuromarketing no puede limitarse a facilitar la empatía con los candidatos. Si la única aplicación de su extensa carta de servicios es activar las neuronas espejo, el resultado de la investigación sería ciertamente decepcionante. Y lo sería porque probablemente ha llegado el tiempo en el que los filósofos dejen de hablar del comportamiento, de las motivaciones, del sentido de cada acción… para que los científicos se expliquen con total certeza que procesos neurológicos intervienen en cada una de las decisiones políticas.
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Castells, Manuel (2009), Comunicación y poder. Madrid: Alianza.
McDermott, Ose (2013), «Cognitive Neuroscience and politics: Next Steps»; en Marcus, George E., Russell Neuman y Michael MacKuen (eds.), The Affect Effect: Dynamics of Emotion in Political Thinking and Behavior. Chicago Scholarship Online
Westen, Drew (2008), The political Brain. Nueva York: Public Affairs.
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