La Ley de Gary Hart



«New ideas, new generation», lema sencillo, claro y directo, un magnífico eslogan de campaña con el que el senador demócrata Gary Hart decidió competir por la nominación de su partido para las presidenciales estadounidenses de 1984. Ni el conservadurismo republicano ni el progresismo demócrata, un nuevo enfoque para una nueva clase emergente en los Estados Unidos, los yuppies. Una apuesta por la modernidad en una rezagada sociedad estadounidente.

Hart, que contaba con alguna pericia en la organización y gestión de campañas electorales, vio beneficiada su campaña al Senado de 1974 por la dimisión del Presidente Nixon. Un mal año para los candidatos republicanos que permitió su llegada a la Cámara alta y el inicio de su carrera política. Con un perfil progresista, a favor del control de armas o la no proliferación de armamento nuclear, ciertamente intervencionista en el control del medio ambiente, se ofrecía como un candidato con un posicionamiento singular que podía convencer a votantes de centristas. 

Acumulada una cierta experiencia política, lanzó su candidatura a la nominación presidencial del Partido Demócrata de 1984, carrera en la que competió contra Walter Mondale (que ya había sido vicepresidente durante la Administración Carter) y John Glenn (que ya había pilotado el Proyecto Mercury y recorrido la órbita de la Tierra). Unos rivales que contaban con una mayor popularidad y capacidad de recaudación, motivo por el que Hart orientó su campaña al ámbito local, con una gran dependencia de los voluntarios de base y una elección de temas que posicionaron su candidatura fuera del establishment. Temas sociales, regulación del mercado, mayor intervencionismo estatal pero procurando una reducción del gasto público… un poco demócrata, otro poco republicano, muy Gary Hart, muy candidato independiente. Una pragmatismo muy del gusto de una década en la que los negocios de Wall Street y sus apretados pelos engominados marcaban el ritmo de la sociedad estadounidense. 

Tras vencer en New Hampshire y obtener algunos estados clave (como Florida) en el Supermartes, la candidatura de Modale se esforzó en debilitar a un Hart que aparecía en la prensa como un candidato ambiguo, sin posiciones claras ni un marcado carácter demócrata. Una campaña negativa que tuvo un rápido efecto en unos ciudadanos que convirtieron las ventajas de Hart en desventajas, y ante la que el candidato independiente reaccionó cambiando su estrategia por una campaña negativa, principalmente a través de la televisión, dirigida a atacar la imagen de Modale. Una campaña con exiguo rendimiento que acabó con ese otro modo de hacer política y con su presupuesto, pues su menor capacidad de recaudación no le permitió llegar al último tramo de las primarias en condiciones de competir realmente por una nominación que, finalmente, ganaría Modale. 

Las primarias para la nominación de 1988 parecían un mejor escenario para Hart, que contaba, al menos a priori, con una importante ventaja sobre el resto de candidatos demócratas. Nuevamente, al igual que en la anterior campaña, enfocó su campaña en la búsqueda de un espacio propio, centrado en los temas sociales, sin olvidarse de los tradicionales issues de la política estadounidense. Hart solo tenía una amenaza, su fama de mujeriego y el impacto que pudiera tener en los electores. Un pecado en la política estadounidense que puede llevarse con toda dignidad siempre que no te pillen con las manos en la masa (igual no es la mejor analogía) y lo obvio no se convierta en evidente. Sobre todo tras conceder una entrevista en la que aseguras ser un esposo fiel. Claro que Hart, muy probablemente, no sabía que después de esa entrevista el Miami Herald presentaría en sociedad a Donna Rice, una modelo de 29 años que había sido fotografiada mientras abandonaba la residencia del candidato. Prueba suficiente para conseguir la reprobación de la ciudadanía y una negación a la mayor del demócrata, quien retó a la prensa a presentar mejores pruebas del supuesto affair. No se hicieron esperar, unos días después el National Enquirer publicó nuevas fotografías de Hart y la modelo, esta vez más comprometidas. Días de acoso de la prensa, debate público sobre la infidelidad del candidato y retirada de la carrera presidencial. 

El escándalo Hart y sus consecuencias no resultan una novedad, aunque sí lo es haberlo convertido en objeto de estudio para observar el modo en el que se comportan los medios a la hora de construir la agenda y la influencia que tiene en el comportamiento de los electores. La Ley de Gary Hart (Iyengar y Simon, 2000) explica cómo las noticias de carácter personal expulsan de los medios a aquellas informaciones que se refieren a la ideología, posicionamientos políticos, temas económicos o sociales... noticias que influyen notablemente en el conocimiento que los electores tienen de sus candidatos pues, casi no saben nada de ellos. Algo grave si tenemos en cuenta que la popularidad de los candidatos es uno de los factores que ofrecen mayor capacidad a la hora de explicar el comportamiento de los electores. En sintonía con la política mediatizada, los candidatos se afanan en la construcción de una imagen mediática alrededor de productos de diseño en los que se pone de manifiesto sus principales cualidades (aquellas que creen que la ciudadanía busca) pero que en realidad dice muy poco de ellos. Una proyección eficaz que, sin embargo, ante un cambio de enfoque, ofrece un escaso rendimiento. La aparición de un escándalo como el de Hart permitió a los medios cambiar los intereses de los electores, más preocupados por cuestiones personales que políticas, y, de este modo, su posicionamiento. Un circuito mediático que vacía de contenido político las informaciones sobre los candidatos, circunscribiendo el debate en torno a cuestiones morales que poco tienen que ver, al menos aparentemente, con su posible gestión al frente de un gobierno. Y es que siempre cabe pensar que si el candidato engaña a la opinión pública sobre su relación (extra)matrimonial, puede engañarla sobre asuntos de otra naturaleza, también aquellos que tienen que ver con su rendición de cuentas.

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Iyengar, S. y Simon, A.F. (2000), “New perspectives and evidence on political communication and campaign effects”, Annual Review of Psychology, vol 51: 149-169.

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