El Halo de Peter


Tira cómica Dilbert, de Scott Adams

Una cualidad es relevante en la medida en la que es escasa en la sociedad. Un clásico ejemplo de este axioma son los superhéroes, Superman sin ir más lejos: Kal-El (aka Clark Kent) en el planeta Tierra es un ‘súper hombre’ con infinidad de poderes que superan con creces a cualquier ser humano, sin embargo, en Krypton, su país natal, es solo un ciudadano normal, uno más del montón cuyo único mérito es ser hijo del jefe, de Jor-El.

En los primeros pasos de la democracia liberal mucho advirtieron de los principios no igualitarios del proceso electoral. La popularidad del candidato o la capacidad de unos pocos de sufragar los costes de una campaña pusieron en riesgo el principio aristocrático de las elecciones que debía, a priori, garantizar la selección del mejor, del más capacitado para el cargo político en disputa. Evidentemente, solo unos pocos podían asegurar ese carácter elitista, pero incluso entre los censitarios había quien siendo menos excelente, cumpliendo con el principio de Dilbert, era capaz de conquistar el poder gracias a ese carácter no igualitario. Pronto la inconsciencia de Tocqueville, que creía que una pequeña elite podía educar al resto, fue arrollada por la llegada de la política de masas y la progresiva incorporación de más y más ciudadanos en las sucesivas ampliaciones del sufragio.

La política de masas incorporó un procedimiento de selección de elites que cedía toda la responsabilidad a los partidos, que además servían de soporte a los candidatos, hacían de nexo con la sociedad, etc. Funciones clásicas de los partidos de masas que, a medida que la democracia de audiencias se extendía, fueron eliminándose hasta hacerlos prácticamente prescindibles. Los medios de comunicación pronto pasaron a ocuparse del proceso de selección de elites. Aún con diferentes desarrollos en cada país, la atención que los ciudadanos prestan a los medios, y la que los medios prestan a la política, resulta determinante para el desarrollo del proceso político (sobre todo por el impacto electoral que produce), lo que obliga a los partidos (ya en su forma catch-all o cartel) a presentar candidatos que ‘den bien a cámara’, que sean capaces de recaudar fondos para su campaña (en el caso que se permita este tipo de financiación como en Estados Unidos)…

Indudablemente las redes sociales han impuesto uno nuevo ritmo a la política. Un cambio evidente que trasciende lo virtual pero que, al menos por el momento, no alcanza el máximo de su desarrollo, lo que en parte se debe a la persistencia del principal medio por el que se informan los ciudadanos: la televisión. Motivo por el que resulta evidente, en una democracia mediática como la nuestra, que es allí donde deben producirse las batallas políticas más importantes (al margen de las consideraciones que este hecho pueda sugerir). Una sinergia entre  medios y  política que no resulta novedosa. Aplicando la máxima, esa obsesión por el minutaje desde los primeros compases de la Transición, los medios no han cesado de proyectar candidatos a la esfera política (y de lapidarlos también), aupándolos, en muchos casos, en sus estructuras partidistas. ¿Dónde habría llegado Cristina Almeida si no hubiese sido una de las estrellas de La noche de Hermida? Quizás nunca hubiera disfrutado del placer de convertirse en una víctima más del PSM.

El efecto Halo, formulado por Edward L. Thorndike en 1920, apunta a la influencia positiva que ejerce el atractivo en las personas. Cuando uno encuentra a su interlocutor atractivo, como por arte de magia, ve en él una serie de cualidades positivas que le hacen mejor que al resto. Un atractivo que se potencia cuando se proyecta en los medios y se asocia a eso que se denomina ‘fama’ (nadie hay más atractivo que un famoso). Generalmente se emplea este tipo de artificios para dar explicación a los complejos mecanismos el marketing comercial, pero lo cierto es que es igualmente efectivo en otros espacios, ya sea el personal o el político. El atractivo no solo guarda relación con lo bello, con esa subjetiva y variable fórmula mágica que es la belleza, también con los rasgos que se identifican como atractivos. Momento en el que resulta fundamental recuperar la idea que hemos lanzado al principio de esta entrada, qué cualidades son relevantes para la sociedad, cuáles son atractivas. El batallón de tertulianos políticos (la nueva casta de los jóvenes tertulianos) que ha aparecido en los últimos años cuenta con un indudable atractivo (además de la contrastada capacidad para el diagnóstico). La empatía es, sin duda, la cualidad más escasa de la clase política y la más destacada de quienes pretenden sucederles. Una combinación exitosa (conocimiento + sensibilidad) que no solo ha generado un gran efecto Halo, también ha erigido a los medios como el gran headhunter de la política. Las tertulias políticas de televisión se han convertido en un gran proceso de selección de elites (si bien es cierto que no es el único método), de una clase política de lo más variopinta, desde los que están llegando, como Podemos, los que llegaron hace un rato, como C’s, o los que súbitamente han aparecido como una joven promesa a pesar de llevar 20 años viviendo en la carcoma de las estructuras partidistas, como Antonio Miguel Carmona. 

En algunos países como Francia no tuvieron complejo alguno para montar un sistema de educación elitista que concluye con la selección de los mejores en un muy exigente programa de formación en la ENA (Ecole nationale d'administration), y de ahí a dirigir el país. Viva el gaullismo! O mejor dicho, abajo el gaullismo! Que aquí tenemos a la TDT. Mucho más efectiva esta plataforma mediática para seleccionar y, qué duda cabe, para dar a conocer a los futuros líderes del país porque, aunque el refrendo de esta selección la realice, no podía ser de otra manera, la ciudadanía con su voto, no hay duda de que la popularidad es una importante ventaja competitiva.

Cabe aún averiguar si, además del efecto Halo, esta serie de candidatos televisivos caerá víctima del principio de Peter. Un punto del todo cruel (también realista) el que sostiene Laurence J. Peter, quien considera que en una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta llegar a su máximo nivel de incompetencia. Es decir, cualquier empleado es más competente en su  puesto inmediatamente anterior que en el que actualmente desempeña su labor. Ese es sin duda el gran desafío de la clase política emergente, demostrar que no serán víctimas del principio de Peter o, peor aún, de su variante más feroz, el principio de Dilbert. Al fin y al cabo, no es lo mismo desarrollar una serie de competencias como tertuliano, incluso candidato, que como responsable público. Claro que está por ver que la clase política dirigente actual no haya hecho de este principio un arte.

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