Los quince días más largos de la historia


Ilustración: @RobertoLM

Es conocido por todos que Windows tiene su propia dimensión espacio-tiempo. Desde que aparece el relojito con el inicio de su cuenta atrás hasta que llega a su fin pueden pasar minutos, horas, días… nunca hay certeza sobre cuánto tiempo tardará en cumplir su tarea. Este puede ser el caso de las campañas electorales, un espacio aparentemente delimitado (por la legislación en España) y cuya duración ha desbordado sus márgenes. Las democracias mediáticas han convertido los quince días de campaña electoral en los quince días más largos de la historia, especialmente este año, en el que coinciden todo tipo de comicios: municipales, autonómicas, las andaluzas y catalanas, unas legislativas a final de año, las universidades renuevan sus rectorados… y hasta alguna imprudente y viciosa comunidad de vecinos que también quiere votar una derrama. Quince días que van a durar todo un año.

La extensión de la campaña electoral no es un fenómeno reciente. La mediatización de la política ya se había producido cuando Patrick ‘Pat’ Caddell, public opinion pollster y asesor de Jimmy Carter, advirtió a su jefe de la necesidad de continuar empleando durante el período interelectoral las mismas herramientas y estrategias que en la campaña electoral como el medio más adecuado para alcanzar una nueva victoria en los siguientes comicios. Esta the permanent campaign, como la bautizó Sidney Blumenthal, no fue recibida de la mejor de las maneras al entender que una excesiva mercantilización la comunicación destruía lo político, pero fue un acierto del que nadie duda. La clásica discusión que trata de definir qué es lo más importante en política, si la ideología o el marketing político, si el programa o las respuestas rápidas... ha ido perdiendo foco a medida que la brillantina resplandecía con mayor fuerza en los apretados peinados de los asesores políticos.

Esta campaña permanente, causada por la sobreexposición mediática de todo lo político (de todo lo que se defina como político) y la venta constante de activos para conseguir el favor de la ciudadanía a cada paso, provocó la extensión de la campaña electoral, de una nueva metodología política basada en objetivos cortoplacistas, en la personalización, la preocupación por las encuestas… ha llegado a su máximo exponente con la irrupción de las TIC y unas redes sociales que han permitido (que procuran) la incorporación de los ciudadanos como un actor más de la comunicación política, rompiendo con la relación mediada que existía hasta este momento entre la política y la ciudadanía.

La extensión de la campaña, la prolongación sine die de los quince días, no afecta únicamente al comportamiento de los partidos o los políticos y que tiene su cara más evidente en la profesionalización de sus estructuras, la contratación masiva de asesores, el going public, la disolución de la militancia (ahora recuperada en la forma de primarias)… También ha cambiado el modo en el que los electores se comportan y relacionan con el sistema, pasando de un comportamiento anclado a una serie de patrones establecidos, ya fuera la clase social o la ideología, y principalmente determinado por la identificación partidista, a un escenario (el menos en apariencia) mucho más volátil.

Si observamos en el siguiente gráfico de horrenda gama cromática los datos que ofrece el CIS* para las últimas ocho elecciones generales y al Parlamento Europeo**, podemos ver el paulatino descenso del porcentaje de electores que han decidido su voto antes de las elecciones. Parece que cada vez son más los que se lo piensan hasta el último momento.


Algunos de los anclajes a los que hemos hecho referencia permitían asegurar a los grandes partidos una base electoral lo suficientemente generosa como para poder disputarse la victoria, en un sistema tradicionalmente centrípeto como el español, en una baldosa situada en el centro del tablero electoral. Sin embargo, la caída de la identificación partidista (con diferente intensidad en cada país), la emancipación de los electores, la extensión de la campaña... permite la emergencia de un nuevo tipo de ciudadano, más parecido a un consumidor, que está cotejando con mayor frecuencia los estímulos políticos que recibe, confrontando y redefiniendo sus posiciones políticas. No obstante, aunque el ciudadano pueda convertirse en un consumista político, sigue concretando su compra en un único acto, el voto. Una compra que puede basar en su experiencia, repetir o no una opción por la que ya ha apostado, o una expectativa de futuro, probar algo nuevo. Tanto en un caso como en otro, no deja de adquirir un producto (un programa electoral, unos candidatos…) al que solo podrá premiar o sancionar cuatro años después. Motivo por el que parece más que justificada una reflexión que lleve hasta el último momento su decisión final.

Si volvemos a observar, en un análisis que no va más allá de una instantánea, el porcentaje de electores que tienen decidido su voto antes de las elecciones y los que no lo tienen (agrupadas las tres opciones), e incorporamos el porcentaje de voto que obtienen los dos principales partidos políticos (suma de porcentaje sobre voto válido obtenido por PSOE y PP), resulta curioso comprobar que a medida que desciende el número de ciudadanos que tiene su voto decidido, también lo hace el que vota por el ticket bipartidista


Seguramente todo se deba a una casualidad que no superaría un análisis más en profundidad que incorpore otros factores, pero parece claro, en tiempos de cambio, que someter a los grandes partidos políticos a un tipo de campaña extensiva que hasta ahora no habían conocido (no por no participar en la campaña permanente sino por no ser ellos quienes la dosifican) tiene un efecto beneficioso para el resto de fórmulas partidistas. Los quince días más largos de la historia que nos quedan por vivir van a ofrecer la oportunidad de consolidar ese descenso de ciudadanos que ya lo tenían claro de siempre. Esto no quiere decir necesariamente que en su mayoría se marchen a nuevas opciones (aunque las encuestas ya anticipan que serán muchos). Si aceptamos que la volatilidad, la irrupción de una ciudadanía más crítica, ha golpeado la estabilidad del comportamiento electoral de los españoles, también debemos aceptar que esos electores pueden, tras dar un paseo por otros lugares, regresar a opciones seguras y/o conocidas si no encuentran la suficiente certidumbre allá donde vayan. Esta es, sin duda, la gran esperanza de los grandes partidos.

Cuando las ovejas abandonan el rebaño (no es el mejor de los símiles), el pastor sale a buscarla. Un esfuerzo bíblico, recuperar votante a votante, que ninguna campaña puede permitirse, hay que buscar atajos. Quizás por ello este escenario resulta tan interesante, pues podremos comprobar si las viejas estrategias de la comunicación política, el voto del miedo y las campañas negativas, tienen efecto sobre los electores que transitan por las autopistas de la nueva política.

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* Estudios del CIS 2210, 2350, 2384, 2559, 2567, 2757, 2807, 2920, 3028.
**En la postelectoral de las generales de 2004 se modificó la pregunta para observar el alcance que los atentados del 11 de marzo tuvieron en el comportamiento electoral. Estos son los resultados: Lo tenía decidido hace tiempo (antes de la campaña) - 83,6; Lo decidió durante la campaña, antes del atentado del 11-M - 5,4; Lo decidió después del atentado del 11-M - 10,6; N.C. - 0,4.

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