Se buscan 8.000 alcaldes
Después del proceso constituyente, el camino que había empezado a recorrer el nuevo Estado debía cumplir una nueva estación: las elecciones municipales. Unos comicios que se convocaban bajo el amparo de la nueva Constitución y que llamaba a la democratización de sus órganos de gobierno a unos 8.000 municipios.
UCD no fue un partido político fruto de un fuerte compromiso, con una organización desarrollada a lo largo del tiempo, una historia compleja, una serie de valores compartidos… más que a un partido en sentido estricto se parecía a una plataforma de carácter oportunista. Una oportunidad que llegó cuando Adolfo Suárez, que había recibido el encargo de pilotar la transición política, convocó a los españoles a las primeras elecciones democráticas desde la II República. La Ley para la Reforma Política obligaba a unos comicios que Suárez debía ganar para seguir al frente del gobierno que dirigiría el proceso constituyente. Pero había un problema en este plan, el presidente no tenía partido con el que concurrir a las urnas. Es por ello por lo que, al menos en apariencia, la primera urgencia que tenía el Jefe del Ejecutivo era hacerse con un partido con el que completar unas listas electorales que le diesen la mayoría suficiente en las Cámaras.
En mayo de 1977 se constituyó la UCD como una agrupación de distintas formaciones políticas como, por ejemplo, el Partido Demócrata Liberal, la Federación Social Demócrata, el Partido Social Demócrata o el Partido Popular (el de Pío Cabanaillas, no confundir con la Alianza Popular de Manuel Fraga). Una coalición con una estructura sencilla, que se limitaba a la coordinación de las distintas facciones, de corte presidencial, todo giraba en torno a la figura del presidente (sobre todo en estas primeras elecciones) y que conservaba la autonomía de los distintos grupos integrantes, lo que le daba a UCD una adscripción ideológica diversa, identificándose como democristianos, socialdemócratas, liberales… No sería hasta agosto de 1977, tras las elecciones constituyentes, cuando UCD daría el paso para convertirse formalmente en un partido político.
Tras el triunfo en las generales de 1979 (más ajustado de lo previsto), UCD debía preparar sus primeras municipales. El PCE, PSOE, Falange, e incluso AP, se habían ocupado de crear, transformar o mantener sus estructuras territoriales, lo que les confería una gran ventaja en la competición electoral que se iba a producir a nivel local, permitiéndoles competir en la mayoría de los municipios españoles. UCD, más una plataforma electoral para el presidente que un partido político, carecía de la necesaria implantación territorial para dar la batalla en las municipales, no podía completar una oferta electoral solvente a pesar de vivir un momento dulce: éxito en el proceso constituyente, renovación de la mayoría en el parlamento, magnífica imagen del líder… El partido tenía una importante oferta de empleo para los españoles, y una de las mayores que se han realizado en la historia de España: buscaba 8.000 alcaldes (y mucho más concejales). Una oferta que se centraba, principalmente, en los hábitats de menor tamaño dado que el 85% de los municipios españoles tiene menos de 5.000 habitantes, lo que supone aproximadamente el 15% de la población española, pero eligen al 70% de los concejales de nuestro país (es lo que algunos autores identifican como el inframunicipalismo).
UCD se puso manos a la obra, había que aprovechar las buenas expectativas electorales y contrató a un grupo de expertos que diseñó una campaña de captación de elites. Para ejecutarla se formaron unos dos cientos equipos que recorrieron los pueblos de España a la caza y captura de candidatos para UCD. Al llegar a cada municipio se realizaba una entrevista tipo a diferentes personas, preguntándoles por los principales problemas del pueblo y solicitándoles nombres de personas conocidas, con buen nombre, que se preocupasen por los asuntos de la ciudad o tuviesen inquietudes políticas. Poco a poco, a medida que avanzaban las casi 100.000 entrevistas que se realizaron, se completaba el programa electoral de UCD y la lista de «nominados», permitiendo, sobre la campana, presentar batalla en casi todos los municipios españoles*.
Las elecciones municipales de 2015 ya asoman en el zaragozano electoral. La imperiosa necesidad de cambio que ha imprimido Podemos a la sociedad española obligada a esta formación a participar en las siguientes municipales, no tanto para acaparar cuota de poder sino para iniciar la transformación del sistema en todos aquellos ámbitos en los que hay concurrencia u oportunidad de hacerlo. No cabe ubicar a Podemos dentro de una tipología convencional de partidos políticos, es algo en lo que se empeñan sus responsables y que forma parte más de su lenguaje que de la realidad que se contempla, no obstante, aún en la imprecisión, no hay duda de la presencia de un gran líder (o elite política) que ha organizado a su alrededor una plataforma electoral con la que conquistar y ocupar las estructuras del poder institucional. Dentro de la nueva dialéctica hay un proceso constituyente, como en 1977, que requiere un partido, sea en formas de vieja o nueva política, capaz de conducir el cambio, y para eso hacen falta muchas personas que sean capaces de alcanzar el poder y ejecutar esa transformación, más con las buenas proyecciones que las encuestas le dan a esta formación política.
Sin embargo, este reto, conquistar el poder institucional, a medida que avanza el calendario electoral, presenta una enorme dificultad y un grave riesgo. Sin duda, a nadie se le escapa, la práctica inexistencia de una estructura territorial consolidada dificulta enormemente la conformación de candidaturas en un número elevado de municipios. Ante esto cabe, tampoco se le escapa a nadie, la convergencia con otras fuerzas políticas que ya existen y tienen esa estructura, por ejemplo Izquierda Unida, o incorporarse a otras plataformas ciudadanas afines que sirvan igualmente de plataforma electoral, por ejemplo las distintas fórmulas de Ganemos. Esta parece que será la estrategia, que no solo persigue solucionar una dificultad organizativa sino también aprovechar las ventajas que concede la concentración de la oferta electoral (sobre todo cuando la disputa con organizaciones con las que se comparte electorado podría generar un escenario de fragmentación que penalizaría a estas opciones).
Podemos no ha publicado en el INEM ninguna oferta masiva de trabajo, no busca 8.000 alcaldes. Concentrados en las autonómicas, donde sí parecen tener interés en participar bajos sus siglas, han abrazado la convergencia electoral como la fórmula más adecuada para las municipales. La captación de una nueva elite política que se ocupe del destino de los más de 8.000 municipios españoles a concurso se fía a las plataformas, a las opciones preexistentes que cuenten con el plácet de la dirección de Podemos. Todo ello presenta, como hemos advertido, un grave riesgo. A medida que entra gente nueva en una organización, sobre todo cuando es un número tan elevado como en el caso de UCD, más aún cuando esa organización es externa a los partidos integrantes, los controles se hacen más necesarios. No solo tomando precauciones por presuponer que van cometer actos inapropiados para un responsable público, la corrupción podría ser hasta el menor de los problemas a atajar, sino procurando la conducta responsable y coherente con los ciudadanos que les han elegido, que han comprado un programa político en el que se comprometen a la transformación de todo el sistema. Ante esto solo caben mecanismos de control sencillos pero efectivos: mejorar la transparencia, incrementar la comunicación con los ciudadanos, la rendición activa de cuentas a través de comparecencias periódicas ante los ciudadanos… unas fórmulas nada originales pero que, en muchos casos de la política española, aún permanecen en su envoltorio original como si de un objeto de coleccionista se tratase.
Podemos no busca 8.000 alcaldes, busca ocupar lo antes posible el poder, y en esa urgencia se ha topado con los ayuntamientos, lo que dificulta el asalto. El objetivo no es el poder municipal (salvo las grandes ciudades), son las comunidades autónomas y, sobre todo, el Congreso. Sin embargo, la secuencia electoral obliga a esta formación a llevar el cambio allá donde es posible, lo que prácticamente les condena a concurrir de una u otra manera en unas municipales que incorporarán, en caso de cumplirse los pronósticos, a un número elevado de sus militantes y/o simpatizantes a las instituciones locales (aún en la fórmula de las plataformas ciudadanas). Una situación que genera una enorme expectativa: ver, por fin, cómo es Podemos en el poder, cómo ejerce la autoridad pública, cómo gestiona el cambio, averiguar en qué consiste el programa... y en la que esta formación se juega mucho. Ya conocen ese aforismo latino sobre la mujer del César, miles de concejales ejerciendo el mandato de los ciudadanos, elegidos en las urnas tras haber sido, previamente, elegidos por asambleas ciudadanas... la muestra del nuevo régimen en acción. Claro que ante esto también hay truco y es que en esta búsqueda de los próximos 8.000 alcaldes, de una nueva elite política, la responsabilidad colectiva diluye la responsabilidad individual de los integrantes de estas plataformas ciudadanas. La ganancia es grande, el cambio, pero en el caso de aparecer problemas las formaciones integrantes, aquellas que existían antes o las que tienen vocación de existir después, pueden recuperar sus siglas, abandonar el barco y seguir su camino. Win-Win!!
El tiempo del inmaculado diagnóstico de Podemos está próximo a concluir (o no). Con las próximas municipales y autonómicas da comienzo, las europeas eran solo un aperitivo, una nueva etapa en la política española, pero también una nueva etapa para esta formación. UCD venía de ganar un proceso constituyente que necesitaba implementar y controlar a través de las instituciones públicas, y para cumplir con ese objetivo requería de un partido que, como todo organismo vivo, cumplió con el principio de oxidación. Podemos necesita primero implementarse en las instituciones para poder, en un momento posterior, acudir a un proceso constituyente. Algo que resulta de todo punto interesante pues permitirá calibrar el alcance de la nueva política, también en lo que a organizaciones políticas se refiere, antes de implementarse a gran escala.
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* Pueden encontrarse más detalles de esta campaña electoral y el proceso descrito en el libro «Ganar el poder. Apuntes de 86 campañas electorales», de José Luis Sanchís, Marcos Magaña y Aleix Sanmartín (Editorial Síntesis. Madrid, 2009).
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