Cataluña y la revolución recurrente
Este otoño Cataluña seguirá siendo, más si cabe, el epicentro de la política española. El mayor desafío a la política institucionalizada de las últimas décadas tiene fecha y se aproxima al ritmo que se suceden los gestos contradictorios del Govern, la cara de póker del Gobierno Central, el empuje de los republicanos, la oficiosa indiferencia internacional… y la confluencia de diversos elementos que se muestran especialmente interesantes para los promotores de la consulta.
A menudo en las cabeceras madrileñas puede leerse que el nacionalismo pierde fuelle, que realmente los catalanes no quieren independizarse, que la consulta es una gran mentira para tapar la crisis del gobierno convergente… sin llegar a comprender que para muchos catalanes todo forma parte de un proceso de transformación en el que la independencia es un medio, no un fin en sí mismo. Y es que la crisis política e institucional ha jugado un papel fundamental en el proceso soberanista catalán. El nacionalismo o el independentismo no ha inventado la crisis pero ésta sí ha puesto en tela de juicio el sistema en el que viven millones de catalanes. Un sistema institucional, político, económico, social… en franca decadencia y que ha provocado la fatiga de gran parte de una sociedad cada vez más crítica, organizada y, evidentemente, activa. Entre estos muchos, un buen número de ciudadanos (principalmente de izquierdas) con las mismas inquietudes y preocupaciones que los que se manifiestan en las calles de Madrid, Sevilla o Valencia.
Muchos son los no independentistas que ven en esta consulta la oportunidad para desmontar el régimen, el sistema establecido. La independencia no aparece como un fin en sí mismo, no hay una Catalunya lliure imaginada sino la meta de un Estado social diseñado desde fórmulas de nueva política que sustituya a las actuales estructuras de poder. No se trata tanto de independizarse de España como de emanciparse del régimen. La izquierda, buen parte de la izquierda catalana, ha encontrado en el proceso soberanista un nuevo camino para cumplir con la revolución pendiente que quedó atrapada en el ataúd de la II República española, que no fue capaz de resucitar durante la transición y que se manifiesta de manera recurrente.
No se trata de Mas ni de Junqueras sino de la instrumentalización de un proceso ciudadano que responde a diferentes fines y que la Generalitat intenta tutelar al tiempo que evita, en la medida de lo posible, el debate que defina cómo será la Cataluña independiente. A unos y a otros interesa la convergencia de intereses en una unión temporal que, producida la independencia, confrontará al menos dos visiones muy distantes del futuro Estado, las que podrían defender los dos principales socios en esta aventura, CiU y ERC (más otros tanto actores como ICV, CUP, Guanyem....).
Por su parte, la respuesta de Madrid, en este sentido, sigue siendo equivocada. La política institucional, esa que la crisis ha bautizado como vieja política, no ha sido capaz de articular un discurso alternativo. Nada que extrañar, pues tampoco lo ha encontrado para el resto del territorio español que, eliminado la polémica consulta, ofrece un escenario similar de crisis y búsqueda de alternativas al modelo actual. El desencanto ciudadano con el sistema exige un mayor esfuerzo, es necesario entender que lo irreversible en Cataluña no se ralentiza con un generoso pacto fiscal o con el celebrado federalismo. Ambas respuestas se enmarcan dentro del sistema del que muchos en Cataluña, por medio de esta consulta, desean escapar. La persistencia como estrategia de conservación no puede ser el futuro.
1 comentario(s)
Pues acertado y descriptivo. Espero de veras el siguiente diagnóstico en este mismo tono 'Relaño'.
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