#PrimariasPSOE, estrategia y cambio
La elección del secretario general del PSOE por el procedimiento de primarias indirectas (elección por voto directo de los militantes que será refrendado por los delegados en el Congreso Extraordinario) parece haber despertado más expectativas en extraños que en propios. Un proceso novedoso en este partido, no exento de riesgos, que puede dejar las cosas, después de todo, tal y como estaban antes de empezar. Factores endógenos y exógenos que dibujan un complejo e incierto escenario.
El PSOE ha optado por las primarias para elegir a su nuevo secretario general, bien porque quería presentar una plataforma revolucionaria que frenase la caída libre en la que se encuentra el partido, o bien con un sentido estratégico, evitar el ascenso de dirigentes del aparato que podrían haber controlado, mediante el voto delegado, el próximo congreso. Como plataforma (electoral) del cambio que se anuncia presenta una serie de ventajas: gran atención mediática, tiempo para exponer programas, conectar con el electorado, marcar la agenda… toda una serie de elementos con los que el PSOE puede jugar a favor por primera vez en años. Pero también, como veremos más adelante, con ciertos riesgos difíciles de evitar.
En lo que tiene que ver con su sentido estratégico, los estatutos del PSOE no prevén este tipo de mecanismos para la elección de su secretario general. Aunque hubo una tentativa de incorporarlo en su último congreso, la federación andaluza bloqueó el cambio dando continuidad al sistema de voto delegado para la elección del máximo responsable del partido. Siendo la federación que más delegados aporta, Andalucía prefirió conservar su situación predominante frente a un modelo más participativo y abierto. Sin embargo, tras la renuncia de Pérez Rubalcaba emergió una campaña (cabría decir que muy bien coordinada) que exigía que los militantes eligiesen por voto directo al nuevo secretario general del partido. El delicado momento del PSOE, el cambio de rumbo que la política partidista está tomando en España y una compleja negociación con los barones territoriales, ha dado paso un proceso en el que los militantes elegirán al máximo responsable de su partido en lo que parece más una guerra de elites partidistas que el deseo firme de abrir el partido a mecanismos más democráticos. Se agradece, en todo caso, el cambio de tendencia.
Este tipo de procesos exigen una elevada participación de los electores, no solo para conferir la legitimidad necesaria que todo proceso electivo requiere, sino también para escenificar el inicio de una nueva etapa que ilusiona a los militantes (para en un momento posterior ilusionar a los electores). Parece que este no es el caso, y que es mayor la expectativa mediática que la de aquellos que tienen que votar pues no hay ningún candidato, ni uno solo de los tres, que despierte grandes simpatías entre los militantes. Aunque esta previsible falta de interés se ha suplido, en algún caso, con el apoyo tácito de algunas ejecutivas autonómicas, lo que ha permitido presentar un buen número de avalistas.
Muchos atribuyen esta falta de arrastre al bajo perfil de los candidatos. Algo sobre lo que no cabe duda pero sí una reflexión, pues cabría preguntar qué candidato de perfil alto queda en el PSOE sin macula del pasado. Es lógico que los renovadores, más cuando dos de ellos dan un importante salto generacional, tengan más ánimo que currículum. Otra cosa distinta es la capacidad que han tenido de generar debate y, sobre todo, de presentar un programa político con la suficiente proyección para restituir a su partido. Únicamente el candidato liberado de sus obligaciones electorales dado las pocas expectativas de éxito que tiene, Pérez Tapias, se ha mostrado ambicioso en sus mensajes políticos. Tanto Sánchez como Madina han medido, en términos marketinianos, sus posibilidades en una batalla de gestos, grandes frases y poco contenido programático. Mucho más interesante que la manida propuesta de un PSOE más participativo, moderno, paritario… es saber qué hará el partido cuando toque decidir sobre el pago de la deuda soberana, la reforma constitucional (más allá del modelo federal)… temas en los que otros partidos en su espacio electoral ya han tomado la iniciativa y, por tanto, la delantera [únicamente Cataluña, y tras mucho preguntar, ha logrado una respuesta más o menos firme, rectificaciones incluidas, por parte de los candidatos].
En este mismo sentido, los resultados deberían mostrar un claro respaldo a uno de los candidatos y su proyecto, algo que parece difícil que vaya a suceder. Con dos candidatos en plena competición en un (aparente) ajustado final, el impulso que debería tomar el nuevo secretario general podría verse afectado al no contar con una mayoría suficientemente amplia. Mucho más si tenemos en cuenta que en los próximos meses tendrán lugar otras primarias para elegir al candidato a la Presidencia del Gobierno, alguno ya se ha pre-descartado si no gana la secretaria general o no concurrirá si la gana, pero en el que seguro gravitará alguna candidata permanente. Un grave riesgo si el próximo proceso de selección se torna en un concurso de popularidad que dé paso a otra guerra partidista a las que acostumbra el PSOE en su noble tradición. Riesgo fácil de evitar si el próximo secretario general y su ejecutiva se esfuerzan en la construcción de un programa político integrador que se eleve por encima de los posibles candidatos. Algo enormemente complejo en las democracias mediáticas fuertemente personalizadas, más preocupada por los candidatos que por los programas.
Mucho se insiste en el cambio de ritmo en la política partidista que estas primarias van a lograr, quizás en una clara falta de modestia, pues más bien el PSOE se ha sumado a una corriente en la que en ningún momento ha sido el primer motor inmóvil. Cambios que tardan en cristalizarse, las anteriores primarias de 1998 en las que salió elegido Borrell también iban a cambiar la política para siempre, y que solo el frenético ritmo que ha adquirido la política española en la búsqueda de nuevas vías de participación puede intensificar. Tal es el caso de IU, que a pesar de ver las primarias como un invento de los malditos capitalistas yankees, se ha lanzado a un proceso interno de elección de su candidato en otro evidente proceso de renovación de elites que tiene mayor alcance del que soportan las fronteras de su organización… No obstante, cabría decir que esta fórmula puede ser adecuada para el PSOE, IU o incluso que formas aún más participativas y deliberativas funcionan en organizaciones como Podemos, pero esto no obliga a todos los partidos a adoptar estos mecanismos. Aún con el riesgo que podría supone permanecer al margen de estas demandas participativas de gran parte de la sociedad, del mismo modo que existen partidos con una organización de corte federal, otros son asamblearios, algunos presidenciales… también caben distintos modelos en lo que tiene que ver con la elección de sus dirigentes y candidatos, modelos que tanto los militantes y votantes (sobre todo estos últimos) premiarán o castigarán, obligando, según el caso, a reconfigurar el proceso de selección de elites.
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