Las amapolas de la Memoria
Han empezado a verse, sobre todo en Reino Unido, las primeras amapolas a modo de broche en ojales de abrigos, chaquetas, camisas... y eso que aún queda mucho para el Día de la Memoria (también conocido como Día del Recuerdo, Día del Veterano o Día de los Caídos) en el que se conmemora el fin de la Primera Guerra Mundial, a la hora 11 del día 11 del mes 11 de 1918 (momento en el que Alemania firmó el armisticio). Para celebrar la llegada de la paz el rey Jorge V preparó para ese día unos grandes fastos que se repetirían cada aniversario, pero no sería hasta 1921 cuando la amapola se convertiría en el símbolo del recuerdo a los caídos en ese conflicto bélico.
Sin duda, la batalla más cruenta que recuerda la Primera Guerra Mundial fue la de Somme (que empezó el 1 de julio de 1916) y en la que perdieron la vida, aproximadamente, un millón de personas y que se conmemora cada año arrojando miles de amapolas en un gran cráter que dejó una de las bombas lanzadas por el ejército alemán. Flor resistente, capaz de brotar en condiciones adversas como en un campo de batalla, es empleada para recordar a los caídos en este conflicto bélico (y los sucesivos). Sin embargo, el vínculo de esta flor con la Memoria no se inicia en Somme sino un año antes en Ypres (Bélgica). Batalla que se recuerda por ser la primera vez en la historia en la que se emplearon armas químicas y por el poema "In Flanders Fields", escrito por el coronel John McCrae, médico canadiense, en memoria de su amigo Alexis Helmer, muerto en Ypres:
In Flanders fields the poppies blow
Between the crosses, row on row,
hat mark our place; and in the sky
The larks, still bravely singing, fly
Scarce heard amid the guns below
We are the Dead. Short days ago
We lived, felt dawn, saw sunset glow,
loved and were loved, and now we lie
In Flanders fields
Take up our quarrel with the foe:
To you from failing hands we throw
The torch; be yours to hold it high.
If ye break faith with us who die
We shall not sleep, though poppies grow
In Flanders fields
Tras el fin de la guerra poco a poco se extendió en los países aliados la imagen, igualmente de modo poético, de campos franceses y belgas llenos de amapolas, campos de batalla que se habían convertido en silenciosos cementerios en los que descansaban los restos de sus familiares y amigos. Inspirada por esta idea y el poema de McCrae, Moina Michael, profesora de la Universidad de Georgia y miembro de la YWCA (Young Women's Christian Association), publicó en 1918 un poema titulado “We shall keep the faith”, comprometiéndose a portar siempre una amapola en honor de los caídos durante el conflicto. Así, en la YWCA Overseas War Secretaries' conference de noviembre de 1918 apareció con esta flor en su abrigo a modo de broche, adorno que algunas otras asistentes pronto imitaron, iniciando una campaña para convertir la amapola en el símbolo de la Memoria. La francesa Anna E Guérin, que asistió a la reunión, regresó a Francia, encargando a la organización benéfica que dirigía, la American and French Children's League, la producción de una sencilla flor de papel que imitaba a la amapola y que era vendida para recaudar fondos para ayudar a las víctimas del conflicto.
Solo dos años después, en 1920, la National American Legion adoptó oficialmente la amapola como el símbolo del recuerdo, iniciando la producción de broches de papel que simulaban la forma de la flor (el dinero recaudado se destinaba a mejorar las condiciones de vida de los veteranos discapacitados). Sería en 1921 cuando estas amapolas empezaron a venderse en Londres, alcanzando un gran éxito y siendo adoptada por el mariscal Douglas Haig, fundador de la Royal British Legion (organización benéfica creada ese mismo año para ocuparse de los veteranos de guerra), como el símbolo con el que recordar a los soldados caídos en suelo continental.
Desde ese momento, y hasta el día de hoy, las amapolas son vendidas por la Royal British Legion y el Fondo Haig. Producidas por excombatientes con dificultades, el dinero recaudado se destina a la ayuda a veteranos de guerra, se emplea para recordar a los caídos en todos los conflictos en los que han participado y participan soldados británicos.
Aunque la mayor parte de los países aliados, incluidos muchos europeos, se emplea la amapola como símbolo del recuerdo, en Francia se optó por el “bleuet de France” (aciano, también conocido como azulejo). Al igual en que en las poéticas imágenes de McCrae, los franceses vieron crecer estas flores azules en los campos de batalla cuyo color, además, coincidía con el de los uniformes que los jóvenes soldados franceses lucían durante el conflicto. Suzanne Lenhardt y Charlotte Malleterre, enfermeras en el hospital de los Inválidos, empezaron la producción en papel de estas flores en 1916, vendiéndolas para obtener fondos con los que ayudar a los heridos.
En 1920, la Fédération Interalliée des Anciens Combattants adoptó el aciano francés como el símbolo de aquellos que dieron su vida por Francia, iniciado su producción con fines benéficos, pero no sería hasta 1928 cuando Gaston Doumergue, Presidente de la República francesa, reconocería esta flor como parte del legado a los caídos durante la Primera Guerra Mundial.
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