Haussmann urbaniza la red de redes



En un estadio temprano las incipientes revoluciones liberales se adueñaron de las calles como vía de participación política, de agregación de intereses, germen de la acción colectiva con el que vivieron episodios más o menos gloriosos, según el caso. Un espacio público de naturaleza política conquistado por los ciudadanos que suponía un cauce o vía de participación y cuyo control terminó por convertirse en objetivo del poder establecido. Fruto de esta obsesión, ya de una burguesía que se volvía más conservadora con el paso del tiempo, surgiría la idea de reestructurar las ciudades para establecer un mayor control del espacio público y la participación política que en ellas se producía.

El París de la primera mitad del siglo XIX había vivido un buen número de revueltas, procesos revolucionarios, insurrecciones y barricadas, muchas barricadas, que intentaban subvertir el orden institucionalizado. Mención especial merecen los postreros episodios de las Revolución de Julio de 1830 estupendamente contados en Los Miserables (¿La película? ¿El musical? ¿El juego de Lego? No, la novela de Victor Hugo que habla de las insurrecciones de 1832 en Saint Michel). Con una incipiente cantidad de obreros llegando al París industrial, proliferaron los barrios desordenados, mal planificados, con malas condiciones sanitarias… (algo que sucedía en la práctica totalidad de ciudades europeas, especial interés en este caso tiene la urbanización del East End londinense), y en los que mantener el orden público era difícil. Sobre todo en aquellas zonas repletas de callejuelas donde resultaba fácil levantar una barricada.

Tras el golpe de Napoleón III en diciembre de 1852, éste decide modernizar París con el propósito de convertir la capital francesa en la ciudad más importante y cosmopolita del mundo. Con este objetivo pone en manos del barón von Haussmann la nueva urbanización de la ciudad, iniciando una remodelación de la práctica totalidad de los barrios y, especialmente, la reconstrucción de las zonas medievales para mejorar las condiciones de vida con adoquinados, iluminación, alcantarillado… y calles más ordenadas y anchas. Muchos barrios derribados, 30.000 casas menos, grandes avenidas y bulevares con plazas interconectando distintos ejes de comunicación fueron el resultado: el gran París había nacido.

Además del embellecimiento de la ciudad, la urbanización de Haussmann tenía otro propósito, evitar las revueltas en la ciudad. Las calles más anchas evitaban los amotinamientos en los barrios obreros y, en caso de producirse disturbios, las grandes avenidas trazaban un camino directo entre los cuarteles y estos barrios. Algo similar a lo sucedido en la reforma de Viena, en la que se creó la Ringstrasse, una vía de circunvalación que permitía al ejército a acceder en poco tiempo a cualquier parte de la ciudad. Una idea nada original pues la red de carreteras que iban de Roma a los más lejanos rincones del Imperio permitían, este el era el objetivo principal, desplazar con gran velocidad a las legiones en caso de conflicto.

Ordenación urbanística no muy distinta a la que pretenden con los constantes intentos de regulación de la red, especialmente en lo que tiene que ver en su relación con la comunicación política, entendiendo ésta como un proceso de intercambio de mensajes entre los actores legitimados para participar en lo político. Con la convergencia que se ha producido entre la política y la entrada de las redes sociales, aún con las limitaciones que exige su extensión, la red se ha convertido en un gran espacio público de intercambio que escapa, en su mayoría, del control gubernamental. El gran número de actores que se ha incorporado a la comunicación política ha democratizado este espacio como no había sucedido hasta ahora, sobre todo en la calidad del intercambio y el establecimiento de relaciones bilaterales entre los distintos actores, algo que preocupa en mayor o menor medida a los diferentes gobiernos. Sobre todo tras el éxito de iniciativas como la Primavera árabe, que encontró en este espacio alternativo un lugar de encuentro y coordinación al margen de las vías convencionales, o nuestro 15-M.

Si las vías de participación convencionales ya no responden a las demandas de parte de la ciudadanía, es normal que ésta busque nuevas calles en las reunirse, un espacio alternativo en el que pueda producirse, o al menos intentarlo, el proceso político. Ante esto los gobiernos tienen dos opciones, acudir a esos nuevos espacios para integrarse e integrarles, o aplicar medidas restrictivas. Respecto a la primera hay intentos serios, lentos pero constantes. Respecto a la segunda opción cada vez leemos más noticias sobre los proyectos de regulación, dígase restricción, en el uso de la red. Iniciativas como la turca (o la española) de limitar el derecho a la información, restringir la libertad de expresión, almacenar los historiales de navegación y búsqueda, cierre de sitios o limitación de acceso a los mismos… no persiguen otro objetivo que ‘urbanizar’ el nuevo espacio público para conducir, controlar y mitigar las posibles revueltas que puedan producirse. La identificación de la red como una vía de participación política no convencional, que en muchos casos llega a las calles de las ciudades, ha puesto en alerta a muchos gobiernos que desean trazar grandes avenidas virtuales donde transcurra la vida de la red y en las que sea fácilmente controlable lo que en ellas sucede. 

Que el poder desee regular este espacio no es algo que deba sorprender. La tutela institucional a modo de Gran Hermano es tan vieja como la propia existencia del poder político que tiene en el principio de conservación uno de sus fundamentos. Sea en escucha muy activa, con restricciones de acceso o el seguimiento de la actividad, la amplitud del espacio y la creatividad de los internautas lo ponen difícil, conocen las formas no convencionales de protesta y saben cómo construir una barricada. Urbanizar la red a lo Haussmann va a resultar muy complejo sin el necesario acuerdo de gobiernos y operadores. El nuevo modelo de comunicación política, aún débil y más propenso a la indignación que a la deliberación, a la disputa que a la creación de un sustrato ideológico (con perdón), ha llegado para quedarse, pese a todo. 

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