Más allá del centro-derecha, la derecha



Contaba Manuel Fraga en unas declaraciones que pueden verse, sino recuerdo mal, en la antología postapocalíptica dedicada a la Transición que Victoria Prego hizo para TVE, que uno de los grandes servicios que había prestado Alianza Popular (pre Partido Popular) había sido absorber a toda la derecha (se refería en particular a la extrema derecha) y conducirla por la vía democrática evitando, de este modo, comportamientos que pudieran haber puesto en peligro el tránsito a la democracia. 

Si bien es cierto que Fraga y la dirección de AP fueron pronto conscientes de la inexistencia de eso que habían denominado como el “franquismo sociológico” y con el que pensaban ganar las primeras elecciones del experimento democrático, aún tardaron un tiempo en darse cuenta de la necesidad de ampliar su base electoral, de buscar un centro-derecha mucho más nutrido de electores. Una estrategia, el viaje al centro, con la que fundador del partido y el presidente post-refundación, José María Aznar, trataron de romper su techo electoral y situarse en condiciones de disputar, realmente, la Presidencia de Gobierno a un PSOE que había repetido varias mayorías absolutas y que controlaba sobradamente ese espacio político que ahora ansiaban los populares. Aunque ya se había iniciado en la etapa de Fraga, Aznar intensifica y estructura el viaje al centro con gran habilidad: moderación ideológica, fichaje de rostros centristas (casi todos de la extinta UCD y/o CDS o de pasado izquierdista como Josep Piqué), despido de personas con un perfil excesivamente conservador e intento de adscripción a las grandes corrientes ideológicas europeas. 

La puerta giratoria fue, sin duda, uno de las notas más características de la etapa Aznar. Fichar perfiles centristas, reconocidos y fácilmente reconocibles, al tiempo que mandaba a la nevera a todos aquellos rostros que recordaban en exceso a la vieja derecha española. Un retiro bien gestionado, pues Aznar (casi) siempre tenía un premio de consolación para evitar que los ‘expulsados’ se sintieran ‘despreciados’, es decir, para evitar conflictos en el seno del partido. Sin embargo, pese a ello, seguía sin ser capaz de dar con la clave ideológica más allá de los clásicos recursos de la derecha española. Ante la ausencia de referentes solventes en la historia española para el propósito perseguido, el PP se inventó un fuerte lazo con el conservadurismo británico (cumpliendo uno de los deseos del propio Fraga). Estrategia que le valió para dos cosas: en primer lugar para vincular la figura de Margaret Thatcher a los populares (muy celebrada entre los conservadores españoles) y, en segundo lugar, para aplacar ciertas debilidades que presentaba la imagen política de Aznar. Las críticas al poco carisma, capacidad e inexperiencia de Aznar eran frecuentes desde las filas socialistas, motivo por el que en la última etapa pre-gobierno el PP identificó a su líder con el Prime Minister conservador John Major: un líder gris, discreto, modesto en sus actuaciones pero capacitado y efectivo en el ejercicio del poder. 

Poco a poco el PP creció electoralmente y en 1996 disfrutó su primera mayoría simple, lo que fue, en definitiva, otro elemento de moderación ideológica. El pacto del Majestic con CíU obligó a los populares a entenderse con uno de esos escollos que le impedían acceder con mayor solvencia al centro político: su enfrentamiento con los nacionalistas. El constante recurso al cleavage centro-periferia escobara excesivamente al PP, motivo por el que esta moderación ideológica le permitió conocer otros planos del discurso (y marginar por primera vez a Vidal-Quadras). Igualmente, la estrecha ventaja electoral y el lento despegar en las encuestas del primer Gobierno Aznar, procuraron dotar a sus acciones de gobierno, principalmente dirigidas a la recuperación de la economía y el empleo, de un impulso europeizador (casi una obsesión vincular gran parte de su acción de gobierno a las directrices europeas y a la entrada en el Euro, uno de los grandes éxitos de esta Legislatura) y de desmovilización del electorado de izquierda. Esto último fruto de dos elementos, uno endógeno, el PP trata delicadamente todas aquellas materias sensibles a la izquierda (educación, sanidad, mujer…) para evitar graves confrontaciones, y otro exógeno, la crisis de liderazgo y proyecto que PSOE e IU vivían en aquellos años. 

En suma, el Partido Popular de 1996-2000 aparece como un partido de centro-derecha, podría decirse incluso de corte europeo, con una evolución ideológica hecha a base del habitual pragmatismo que rodea a todos los catch-all. Aunque ante la expresión de “un partido de centro” la mayoría de sus electores y militantes respondía, “yo no, yo soy de derechas”, lo cierto es que este tránsito ideológico permitió centrar y moderar a buena parte del electorado por la vía de la identificación partidista (y la reducción de la crispación). Contaba, además, con una enorme ventaja en este propósito, y es que la estrategia de crecimiento de la base electoral iniciada por Fraga y concluida por Aznar fue absorbiendo todo el espacio partidista en el eje derecha, no había dejado ningún partido que pudiera competir electoralmente con ellos desde el 10 hasta su punto de encuentro con el PSOE en (más o menos) el centro de la escala ideológica. Es decir, el PP es el único referente partidista de la práctica totalidad del electorado de centro-derecha y derecha. Una enorme ventaja de la que, por ejemplo, PSOE o IU nunca han disfrutado, ambos compiten en el ala izquierda, o nunca han conocido dentro de los sistemas de partidos de Comunidades Autónomas como País Vasco, Cataluña o Canarias donde el multipartidismo ha estimulado tradicionalmente esta competición. 

Por lo tanto el PP, principalmente desde el año 1996, solo puede competir por el centro. Sin nadie a su derecha al que cerrar el paso, el PSOE, que se sitúa en su frontera izquierda, se convierte en el partido al que robar su electorado más centrista. Los populares ya no necesita reclamarse como un partido conservador más allá de un estímulo adecuado para mantener activos a esos votantes. Sin embargo, y pese a estar liberado de estas obligaciones socio-electorales, a partir del segundo Gobierno Aznar regresa la crispación política entre el PP y (casi todo) el resto de partidos del arco parlamentario. Un hecho que intensifica la polarización y que vuelve a retroceder a los populares hacia su derecha, posiciones desde las que le es más difícil, no obtener el número suficiente de votos (ha contado con un electorado más o menos estable), conseguir la necesaria desmovilización del electorado de izquierdas que necesita para maximizar sus votos. 

Con la aparición de UPyD, un partido que se presenta como centrista (centro-izquierda), tanto populares como socialistas parecen haber perdido contacto en sus fronteras pues, por vocación, la formación de Rosa Díez desea situarse justo en ese punto de la escala ideológica. No obstante, más que en un continuo de la escala (puede verse en el siguiente gráfico), en lo que tiene que ver con la distribución del electorado sería más adecuado un gráfico tridimensional con forma de poliedro en el que las tres formaciones hacen frontera entre sí. Independientemente de esto, tanto PP como PSOE comparten el mismo problema, la posición de UPyD puede robar votos tanto en el centro-derecha como en el centro-izquierda. Situación más o menos cristalizada tras dos Legislativas, el espacio partidista cuentan con la que podría ser una importante novedad para los populares, pues les ha surgido un nuevo problema: ha aparecido un partido de corte conservador, que apela a muchos de los cleavages clásicos y que viene a disputarle la derecha (aunque se autoidentifican como de centro-derecha). Un problema electoral inédito en la historia del PP, luchar a derecha e izquierda para no perder votantes, y que coincide con un proyecto político, el de la reforma del aborto, que persigue estimular a un electorado, el sector más conservador, que por minoritario y leal parecía no merecer tal premio

Fuente: CIS
¿Qué ubicación puede ocupar VOX y cuánto electorado agrupará a su alrededor? De momento es pronto, las encuestas públicas aún no se han pronunciado sobre este extremo, pero parece claro que, oído el decálogo de propuestas de la nueva formación, se situará en el ala conservadora del sistema de partidos. Un espacio en el que hay pocos votos pero donde se puede hacer un ruido que provoque un efecto llamada del electorado, principalmente por la sintonía con buena parte de las víctimas del terrorismo. No solo porque uno de sus fundadores sea una conocida víctima de ETA, Ortega Lara, sino porque han hecho de la defensa de su situación la bandera del partido, dejando en segundo plano el resto de elementos de posicionamiento ideológico. Aunque a nadie se le escapa su posición conservadora, la simpatía entre del electorado con las víctimas será su mayor activo electoral, un activo con el que pueden llegar a posiciones más centristas, principalmente aquellos sectores que ya ocupa UPyD dentro del centro-derecha.

La posición en la que previsiblemente se moverá VOX no supone un grave riesgo para el PP en términos absolutos (aunque le puede robar el número suficiente para perder algún escaño), pero sí en términos relativos pues le obliga a un difícil equilibro: reclamar su propiedad sobre el ala derecha del electorado al tiempo en el que intenta alcanzar el disputado centro. Mucho más si tenemos en cuenta que entre los votantes del PP en las Legislativas de 2011 la media se situaba en el 5,9. Posiciones muy lejanas del ala más conservadora y que ponen de manifiesto una realidad político-partidista evidente: más allá del centro-derecha no hay nada, al menos hasta ahora. Como puede verse en el siguiente gráfico, la composición del electorado español, principalmente centrista o centro-izquierda (4,6 de media), y de los votantes del PP, situados en torno al centro-derecha, evidencian que a partir del 8 el esfuerzo por atraer un número reducido de votantes implica una inversión de recursos que podría poner en riesgo la estrategia global de este partido. 

Fuente: Metroscopia para El País.
El empeño de centrar al electorado, aunque sea virtualmente, ha triunfado, pues los ciudadanos autodeclarados entre el 8 y el 10 han estado cautivos (votar al PP era la única opción real de estar representados en las Cortes). Estado que puede cambiar con la llegada de esta nueva fuerza que los reclama con un elemento que se aleja, a priori, de los clásicos afiches ideológicos: las víctimas del terrorismo. Una valence issue que pasó a convertirse en un position issues y que tiene la suficiente fuerza para que VOX lo emplee para llamar al electorado que se sitúa no solo en la derecha sino también en el centro-derecha. Ante esto el PP tiene dos posibles alternativas, emplear los mismos mecanismos de llamada, cosa que ya está haciendo, o girar hacia la derecha para cerrar el paso a la nueva formación aún con el riesgo de perder el centro político de vista y a los electores que por allí transitan. Al menos tiene dos ventajas: UPyD también entrará en la batalla por continuar como el partido referente de la defensa de las víctimas de ETA, la estrategia divide et impera bien gestionada siempre puede ser un activo, y volver a los tiempos de la defensa de la unidad territorial de España, cleavage clásico que le permite escorarse con comodidad al PP y que a estas alturas no levanta excesivos recelos entre gran parte del electorado. En cualquier caso, ir mucho más allá, mucho más allá del centro-derecha, es para el PP deshacer un camino andado, volver a los tiempos de AP. Grave riesgo.

2 comentario(s)

enriquebermejodotor@gmail.com | 30 de enero de 2014, 22:20

Lo ha explicado usted muy bien, profe. Mis felicitaciones!! Lo próximo, la tesis!!

Rubén Sánchez Medero | 31 de enero de 2014, 14:04

No hay tesis que cien años dure, o doctorando que lo soporte.