1914, el año que nació la propaganda



Muchas de las publicaciones que este año verán la luz versarán sobre la I Guerra Mundial. El centenario de la Gran Guerra obliga a ello, qué duda cabe. Análisis sobre las ansias imperialistas del Guillermo II, el asesinato de Francisco Fernando de Austria a cargo de la Mano Negra, las aspiraciones coloniales de las distintas potencias en la cuenca mediterránea, las Ententes, la entrada en la guerra de EEUU, el impacto de la Revolución Rusa en el proletariado de los países en conflicto, el escenario de postguerra y la entrada en primera línea de los nacionalismos… 

Uno de los elementos esenciales que para la comunicación tiene la I Guerra Mundial es el nacimiento de la propaganda. Ante esta evidencia dos son los errores que frecuentemente se producen con esta datación. En primer lugar creer que antes de no había nada y, en segundo lugar, creer que la propaganda la inventó Goebbels en la Alemania nazi. Respecto al primer error, lo cierto es que la propaganda existía desde la Antigüedad y fue evolucionando hasta la I Guerra Mundial. India, Grecia, China… todas estas culturas ya empleaban formas propagandísticas para “divulgar” sus mensajes. Una columna o arco romano, por ejemplo, erigido en una ciudad romanizada y en el que se cuenta a mayor gloria del imperio cómo se venció en una cruenta batalla, difundiendo la capacidad bélica de Roma. O bien un capitel en un claustro de una iglesia del Medievo en la que se narra en imágenes la vida de sacrificios que llevaron a un santo a su canonización y que permite, de este modo, que sea conocido por un pueblo que no sabía leer y no entendía el latín de las misas. 

Pese al uso frecuente de estas herramientas, la I Guerra Mundial marca el inicio de la propaganda en un sentido moderno, en un sentido integral. No como la edición de un cartel o la proyección de un mensaje, sino como una actividad sistémica, ordenada y organizada por el gobierno, y que combina todo tipo de técnicas y herramientas dentro de una campaña que tiene como objetivo persuadir a una población concreta para que apoye o combata algún tipo de objetivo. Esta complejidad y sistematización es la que, a juicio de diversos autores como Lippmann, Mattelart y Matterlart, Yehya, Lasswell*, Pizarroso, entre otros, marca la diferencia de todo lo que se había hecho hasta entonces y las actividades desarrolladas por los países contendientes en el conflicto mundial. Unos países que desarrollan aparatos y estrategias gubernamentales ad hoc para llevar a cabo sus campañas persuasivas conscientes de que en la Gran Guerra el frente no quedaría circunscrito al campo de batalla sino a toda la población, también a aquella que se encontraba a miles de kilómetros en el calor de su hogar. Unas actividades que no se limitan a su parte más artística y conocida, los carteles, sino que comprenden una serie de actividades que van más allá: la creación de estereotipos, el control de las comunicaciones en la retaguardia y en el frente, la censura y control de la información, etc.

Las potencias, como decimos, fueron pronto conscientes de la necesidad que un conflicto de estas dimensiones tendría. No obstante, no todos los países emprendieron una sistematización de las actividades propagandísticas del igual modo. Por ejemplo, tiempo antes del inicio del conflicto armado Alemania había iniciado la explotación de diversas técnicas de comunicación dirigidas a conseguir el apoyo popular de la causa del Káiser. Así, el periodista Matthias Erzberger se ocupó de la fundación y gestión de la Zentralstelle für Auslandsdienst (Oficina Central de Servicios Exteriores), encargada de la difusión de mensajes en el extranjero y cuyos trabajos se complementaban con la información que transmitía la Oficina Telegráfica Wolff (cuyos cables submarinos fueron boicoteados constantemente por los británicos).

Gran Bretaña, por su parte, no había previsto con antelación una maquinaria propagandística, sin embargo no tardó mucho en poner en funcionamiento, bajo el mando de Charles Masterman en la Wellington House, el que se conocería como el Britain's War Propaganda Bureau. Este Bureau reunió en septiembre de 1914 a los principales autores literarios británicos para coordinar una estrategia propagandística global. G.K. Chesterton, Thomas Hardy, Arthur Conan Doyle, Gilbert Parker, H.G. Wells o Arnold Bennett fueron algunos de los que participaron y se ocuparon en secreto** de muchas de estas actividades, especialmente de la redacción de folletos y mensajes propagandísticos, tanto para el interior como para el extranjero (por ejemplo H.G. Wells se encargó de la división alemana). Sin duda, una de las actividades más importante que desarrolló el aparato propagandístico británico fue el Committee on Alleged German Outrages, encargado de difundir todo tipo informaciones, a menudo inventadas o deformadas hasta la exageración, sobre las atrocidades que los soldados alemanes cometían en suelo continental europeo y que tuvo en el relato de la invasión de Bélgica el nacimiento de la técnica conocida como atrocity propaganda***.

De las actividades de la Zentralstelle für Auslandsdienst, el Britain's War Propaganda Bureau o el Comittee on Public Information, del "Espíritu de 1914" o los servicios de contrapropaganda iremos hablando en futuras entradas en este año que arranca el centenario de la I Guerra Mundial.


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* Especial mención tiene la obra de Harold D. Lasswell (1927) "Propaganda Techniques in the World War", en la que se hace un análisis de las principales herramientas y técnicas desarrolladas durante el conflicto mundial (principalmente en el Comittee on Public Information).
** La participación de los escritores en las actividades de la Britain's War Propaganda Bureau no fue divulgada hasta la mitad de la década de 1930.
*** La invasión de Bélgica por los alemanes, también conocida como Batalla de Lieja, es la acción bélica que desencadenó la entrada del Reino Unido en la Guerra. Para lograr la adhesión de la población británica a esta causa (tanto en la financiación, a través de bonos de guerra, como con tropas, en campañas de alistamiento) se procuró un relato intencionado en el que los alemanes eran protagonistas de todo tipo de atrocidades. Si bien es cierto que el ejército alemán optó por una estrategia militar que permitía a sus soldados infundir todo tipo de abusos sobre los ejércitos contendientes y la 'población invadida', los relatos fueron muy exagerados con el objetivo de infundir el pánico entre la población británica y, de este modo, apelar a su obligación.

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