Tahrir celebra un golpe de Estado
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Plaza Tahrir, 1941 |
A menudo la mediatización es absolutamente nociva para lo político. La comunicación construye imágenes y, por lo tanto, construye una determinada realidad que en ningún caso es neutra. Una vez más una aplicación del Teorema de Thomas: aquello que tomamos como verdadero lo es en sus consecuencias. Algo que ha sucedido estos días en una plaza Tahrir llena de ciudadanos (fuegos artificiales incluidos) celebrando la deposición de un gobierno elegido democráticamente tras haber depuesto un gobierno autoritario dos años antes.
Imaginen por un momento que están en su casa, a miles de kilómetros de Egipto, en un país cualquiera, que conocen poco o nada de la historia y política egipcia, no saben qué papel desempeña el ejército, no tienen la menor idea de quiénes son los Hermanos Musulmanes, Mubarak suena muy lejano… y de pronto en su telediario de referencia una conexión con Tahrir. La multitud de agolpa en la plaza, gritos de celebración, fuegos artificiales… y el reportero o reportera informa en medio de un ruido ensordecedor que en Egipto los militares han depuesto el gobierno, han tomado el control del Estado y nombrado presidente a un hombre de su confianza con la promesa de celebrar elecciones a la mayor brevedad posible. Una información que llega a través de una imagen con el minutaje propio de los medios y que puede hacer creer a los espectadores que la totalidad de los ciudadanos egipcios celebran con júbilo y entusiasmo un golpe de Estado a un gobierno legítimamente elegido por las urnas.
Independientemente de qué tipo de golpe se ha producido, si existe una parte de la población igualmente numerosa que apoya al gobierno depuesto y que no acepta la intervención de los militares, el papel que juegan países extranjeros con intereses en la zona, si ha muerto la primavera árabe o solo se toma un descanso… la imagen que se ha cristalizado es de una celebración. Una imagen que positivista un golpe de Estado y que resulta muy del agrado de unos países occidentales que no confiaban en exceso en un gobierno cuyo viraje islamista no agradaba.
Existen numerosas cuestiones que abordarán los analistas en los medios, igual hasta algún experto en Mundo Árabe o un politólogo que por error cae en una tertulia, intentando dar una explicación, aunque sea tentativa, a lo que está sucediendo. Pero muy probablemente será tarde. Todo está cristalizado en una imagen. Principalmente debido al hábil movimiento que la oposición a Mursi (muchos de ellos antes apoyaban a Mubarak y otros muchos, como el Frente Islámico, simplemente están enfrentados al presidente) ha ejecutado acudiendo a la plaza que se convirtió en el epicentro de las protestas contra Mubarak. Un régimen autoritario sostenido hasta ese momento por el ejército y que encontró en los Hermanos Musulmanes su mayor núcleo de resistencia. Una oposición que concentró todas su acciones en la simbólica toma de una plaza pública. Un Tahrir ocupado lo explicaba todo. El pueblo contra el gobierno autoritario.
Plaza que le ha sido arrebatada a los Hermanos Musulmanes. Esto no quiere decir que todos aquellos que se manifestaron para derrocar el régimen de Mubarak fuesen partidarios de esta organización, pero es evidente que la consagración de la primavera árabe en Egipto se produjo con la caída de la dictadura y el ascenso al poder de Mursi (tras unas elecciones). Ello hace que la plaza se haya convertido en un termómetro de los sucesos que se producen en el país, independiente de que Egipto cuente con más de ochenta millones de habitantes y que nosotros solo veamos por la pantalla lo que hacen unas decenas de miles. Es por ello por lo que los partidarios de Mursi han convocado un nuevo viernes de ira. Han de recuperar, antes que el gobierno, la plaza Tahrir.
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