El 'right to know'



"That the freedom of speech and debates or proceedings in parliament ought not to be impeached or questioned in any court or place out of parliament". 
 English Bill of Rights (1689) 

La política ha sido tradicionalmente una actividad de unos pocos. Incluso los asamblearios de la muy celebrada, y de impreciso recuerdo, democracia ateniense eran solo unos pocos propietarios, nunca mujeres, nunca esclavos, nunca… A pesar de esta constante limitación de la participación, ya sea en fórmulas directas o representativas, los efectos de lo decidido siempre afecta al conjunto de la población. Quizás por ello la relación entre los primigenios medios de comunicación (los periódicos) y la política empezó por el interés de los primeros por contar lo que sucedía en los parlamentos del S.XVII. Nacía el ‘right to know’. No solo como un derecho a la información sino también como una extensión de la demanda de una parte de la población que deseaba formar parte de lo político.

A pesar del éxito de la imprenta y la proliferación que se produce a lo largo del S.XVI de hojas informativas y almanaques, no es hasta el S.XVII cuando asistimos a la creación de las primeras cabeceras que se publican con periodicidad (generalmente semanal o quincenal). Momento en el que se viven las primeras fricciones entre una prensa recién nacida y el poder político. Hasta ese instante la labor de estas cabeceras se limita a la publicación de hojas informativas en las que se da cuenta de la actividad política, medidas aprobadas, actos, etc. Una especie de gaceta en la que poco a poco se introducen comentarios y apreciaciones sobre el proceso político. Motivo por el que se inicia la regulación restrictiva de las publicaciones con objeto de controlar unos contenidos que, en muchos caso, cuestionan el poder establecido. No tanto por constituir un elemento crítico como potencialmente movilizador. 

Aunque las primeras publicaciones periódicas aparecen en Alemania e Italia, sin duda, la historia de la prensa inglesa tiene especial interés. Tras la imposición de una serie de medidas restrictivas cuyo cumplimiento se vigila desde el Star Chamber, el ámbito de actuación de la presa se amplia paulatinamente. Alejados en un primer momento del Parlamento, su misión se limita a la reproducción de las medidas adoptadas sin asistir a las deliberaciones, desde su inicio reclaman una mayor información del proceso deliberativo. Saber quién dice qué y qué efectos tendrá lo decidido. La prensa demanda la apertura de la Cámara de representación a los ciudadanos a través de las crónicas de lo que allí sucedía. Reclaman su derecho a saber. Nace el ‘right to know’ en un escenario en el que coincide una población que quiere participar en política en plena emergencia del liberalismo y que emplea la prensa como medio de extender el debate más allá de los órganos establecidos. No obstante, este clima de libertad creciente no evita las fricciones entre una prensa que desea informar (y opinar) sobre el proceso político y unas autoridades que terminan promulgando una serie de medidas coercitivas. Un lucha entre la libertad de prensa, para la que la llegada del liberalismo es clave, y el inmovilismo político de un Parlamento que se resiste al cambio.

Con el primer diario inglés ya en la calle, The Daily Courant (1702), la prensa intenta consolidar un espacio de trabajo que queda delimitado con una serie de disposiciones normativas que impide a los periódicos, entre otras cosas, hablar mal del Gobierno. No obstante, pese a estas regulaciones, en el Reino de Gran Bretaña la prensa termina por crear un clima de libertad que en pocos países de Europa pueden disfrutar. Con la extensión del liberalismo, y algunos de sus máximas políticas como la libertad de imprenta, poco a poco la prensa británica extiende su control sobre el poder político. Se configura como un actor más del proceso político, no solo informando sino creando opinión y, aún siendo excesivamente tópico, contribuyendo a la extensión de la democracia. Un papel que la Revolución Industrial y la llegada los movimientos obreros terminan de apuntalar.

Fundamental para entender la importancia de la prensa como actor político es la coincidencia de una serie de factores clave en el último tercio del S.XIX. En primer lugar se rebajan los impuestos a las publicaciones y se deprecia el papel, lo que abarata los costes y facilita el acceso de las clases populares. En segundo lugar, se desarrollan las modernas rotativas mecánicas que permiten la reproducción a gran escala de periódicos y semanarios. Y, por último, durante la dorada época victoriana, tiene lugar la progresiva extensión de la educación, lo que permitió aumentar el número de lectores. Política similar a las promocionadas por un Estado social alemán que intenta mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos para, en palabras de Lorenz von Stein, evitar que las clases sociales que buscan ascender influyan en la política. Un intento fallido pues una ciudadanía más instruida permite la democratización de la prensa y una mayor difusión de todo tipo de ideas políticas que, junto con la proliferación de los movimientos obreros,  contribuye en las sucesivas ampliaciones del sufragio.

La demanda de información política se multiplica. La circulación de cabeceras se dispara, lo que lleva aparejada la aparición de dos nuevos elementos: la creación de la primera agencia de noticias y la llegada de la publicidad. Ayudado por la tecnología Paul Julius Reuter funda en 1851 la Reuter's Telegram Company. En realidad poco más que una empresa de telégrafos como una serie de líneas que conectan distintas ciudades del Reino Unido con distintas ciudades de Europa. A través de este ingenio Reuter dispone de toda la información bursátil del continente. Lo que en el referente informativo de lReino Unido. Pero no solo transmite información de tipo económico. De hecho su primera gran noticia tuvo lugar en 1865, año en el que informa del asesinato de Abraham Lincoln. Todo un éxito periodístico que impulsa la creación de una gran red de corresponsales en todo el mundo que aún sigue operando.

Con la llegada de la publicidad la prensa se convierte definitivamente en un negocio muy lucrativo. No solo se emplea para cubrir los costes de producción sino que se ponen en funcionamiento distintas estrategias con el objetivo de aumentar la 'audiencia' del medio e incrementar la tarifa publicitaria a sus anunciantes. Se acentúa el carácter sensacionalista y asistimos a la llegada de los grandes magnates de la prensa. No es que los periódicos no se hubiese amarilleado con anterioridad con titulares llamativos con la intención de vender más, ya había aparecido The Yellow Kid en medio de la batalla entre el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst. Pero la dura competencia acentúa estos rasgos de la prensa británica. Máxime con la aparición de los grandes grupos de medios, como el controlado por Lord Northcliffe que posee el Daily Mail, el Times, The ObserverDaily Mirror. Estas nuevas estrategias multiplican unas ventas que se mantienen hasta la II Guerra Mundial, momento en el que aparece un nuevo medio de comunicación de masas, la televisión.

The Yellow Kid, tira cómica de Richard F. Outcault que se publicó simultáneamente en el New York World
de Pulitzer y el Morning Journal de Hearst. El color amarillo de la caricatura fue empleado por el New York Press para identificar este tipo de prensa.
Por lo que respecta a España, nuestro país siguió la estela de la prensa europea. Tras iniciar sus pasos con los habituales noticieros divulgativos, en 1697 aparece la Gaceta de Madrid. Un semanario con más vocación de Diario Oficial del Estado que de periódico. Un tímido inicio que permitió, a lo largo del S.XVIII y siguiendo la influencia europea, la llegada de diversas publicaciones de distinto carácter: culturales, diarios de información general, compilaciones de obras literarias… y uno de los géneros que más gloria ha dado a la prensa española, los periódicos satíricos. La mayoría de ellos con una esperanza de vida que se media en el tiempo que transcurría desde que publicaban un chiste hasta que las autoridades lo entendían y les metían en la cárcel. Suerte que no solo corrían las publicaciones satíricas, pues cualquier espíritu excesivamente crítico acababa de igual modo.

En febrero de 1758 aparece el Diario de Madrid (antes conocido como el Diario noticioso, curioso, erudito y comercial, político y económico), la primera cabecera española que se publica todos los días gracias al permiso expreso de Fernando VI y que cuenta entre sus filas con una de las grandes figuras del periodismo español, Francisco Mariano Nipho (que publica en este medio bajo el seudónimo de Don Manuel Ruiz de Uribe). Aparece El Censor o El Pensador, cabeceras que siguen la línea de la prensa española, combinando la información y las tímidas críticas a la Corona y la Iglesia. Críticas que acaban con la intervención del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Es decir, con la prohibición de todas las publicaciones periódicas con la excepción de la Gaceta de Madrid y el Diario de Madrid

Tendremos que esperar a la Guerra de la Independencia y la redacción de la Constitución de Cádiz para la proclamación de la libertad de imprenta sin censura previa. Asistimos al nacimiento de la prensa política de la mano de diarios liberales como El Robespierre español o el Semanario patriótico. Cabeceras que comparten su espacio con otras de corte más monárquico como El sol de Cádiz o el Censor general. Período de esplendor que acaba con la vuelta del absolutismo y la persecución que Fernando VII inicia contra todo vestigio de liberalismo. Idas y venidas a lo largo del S.XIX que coartaron una libertad de prensa que acabó por exiliarse, junto con la práctica totalidad de intelectuales españoles a Francia e Inglaterra. Muchos de ellos al barrio (más bien arrabal) londinense de Somers Town, donde los hermanos Villanueva y José Canga Argüelles fundan en 1824 el periódico Ocios de españoles emigrados.

Además de la censura y las limitaciones, si algo hay característico de la prensa española de buena parte del S.XIX es la creación de lo que ha venido a denominarse como los ‘periódicos de partido’. Cabeceras en las que la opinión (partidista) es el eje central y que llegarán hasta bien entrado el S.XIX. Momento en el que aparecen y se consolidan los diarios de información general como La Correspondencia de España (1850), La Voz de Galicia (1872) o La Vanguardia (1881). Al igual que sucediera en la prensa europea, la llegada de las rotativas abarata los costes de producción y permiten reducir el precio y aumentar el volumen de ejemplares. Ya en el S.XX aparece el ABC, una cabecera cuya principal novedad es incluir una abundante información gráfica que alimenta un archivo de gran valor histórico. Pero sin duda, la gran aportación del primer tercio del siglo es El Sol. Un diario de gran calidad que cuenta con la colaboración de algunos de los intelectuales más destacados del momento.

Los periódicos de partido protagonizarían nuevamente los siguientes años. Periódicos de corte fascista, comunista, carlistas, monárquicos, anarquistas... que conviven a duras pena con una dictadura, la de Primo de Rivera, que retorna a los tiempos de la censura y que explota con la consolidación de la libertad de prensa en la Constitución republicana de 1931. Una libertad que, sin embargo, estaba controlada por la Ley de Defensa de la República (1931) y la Ley de Orden Público (1933). Normativa que permite al gobierno cerrar temporalmente cabeceras tan dispares como ABC y Mundo Obrero. Siempre en virtud del signo político del bienio correspondiente. Intervencionismo que continua durante la Guerra Civil en la que ambos bandos organizan sus aparatos propagandísticos poniendo la prensa al servicio de sus intereses. Tras el conflicto armado el Régimen franquista configuró la prensa dentro de lo que se identificó como la responsabilidad social de los medios. Configurada en la Ley de Prensa de 1938 y controlada por el Ministerio de Información, se busca una responsabilidad en la que no tenía cabida la libertad de prensa más allá de un estricto control gubernamental. Situación que se mantiene hasta que, siendo ministro Fraga, se promulga la Ley de Prensa de 1966. Norma que supone una apertura parcial en la actividad periodística y la sustitución de la censura previa por los frecuentes secuestros dentro, todo ello, de un marco en el que la crítica al régimen no tenía cabida. La ironía y el humor quedan como grandes armas de la prensa a la espera de la llegada de la democracia. 

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