La vida privada de los políticos



Contaba Schwartzenberg en su libro “El show político”, allá por el año 1977, que la vida de los políticos era, y debía ser, de dominio público (en lo que el público deseaba ver). En todos y cada uno de sus aspectos que pudieran resultar de interés. Y es por ello por lo que todo debía estar dispuesto para formar parte del engranaje del gran espectáculo en el que se había convertido la política. Algo que había apuntado Edward L. Bernays, quien recomendaba en su libro “Propaganda”, de 1928, conductas ejemplares en la vida público-privada.

La vida privada de los políticos (y sus familias), o lo que los políticos desean enseñarnos de su intimidad. Una serie de contenidos que se muestran como un elemento más de la estrategia de comunicación de la campaña permanente o de la campaña electoral (según el momento en el que se encuentren). Práctica muy habitual en la política mediatizada con imágenes, principalmente, de corte familiar. Una buena foto (o vídeo) de un político rodeado de los suyos. Un hombre de familia. El prototipo de lo que demasiadas sociedades, de aquí y allá, quieren ver en la presidencia de sus países. Un modelo de conducta que inspire a la nación.

En primer lugar cabría diferenciar, dentro de lo que se conoce como la vida privada de los políticos, entre la intimidad que se muestra, la intimidad propiamente dicha (que pasa inadvertida), el rumor y el escándalo. Todo lo que pertenece a la intimidad de un político puede, o no, ser mostrado públicamente. Dependiendo del país y los códigos culturales con los que opera la comunicación política, se mostrará más o menos. Desde una sencilla estampa familiar a todo tipo de imágenes con escenas de lo más variopintas. Algo muy habitual, por ejemplo, en los Estados Unidos. País en el que desde una edad temprana se mostraba al presidente dentro de escenarios familiares. Mucho más desde la mediatización de la política tras la cual, hasta llegar a Obama, fue Kennedy quien más y mejor dejó ver su vida privada (oficial) con centenares de fotografías que han sido, en muchos casos, recicladas por el actual inquilino de la Casa Blanca. Naturalmente, si los políticos muestran su intimidad es porque el público, los ciudadanos, lo demanda. Y en función de sus demandas graduarán su exhibición. Desde el máximo exponente, el ya mencionado Obama con fotógrafo empotrado en cada uno de sus movimientos; un corte moderado, como el Cameron cocinero; hasta el habitual olvido (por no decir desprecio) de los políticos españoles a este tipo de contenidos.


La campaña permanente ha exigido que los políticos tengan una vida privada a la altura de lo que sus ciudadanos esperan. Es por ello que lo que ha resultado tan repetitiva, cada vez menos, la imagen del padre de familia entrañable y protector. Si cuida de su familia, cómo no va a cuidar de su país. Una visión tremendamente paternalista de la política que, aunque parezca difícil creerlo, ha dificultado el acceso a solteros y divorciados. Ni que decir tiene de las mujeres, a las que con frecuencia se ha acusado de descuidar su vida familiar por dedicarse a la política.

Pero lo que se ve de la vida privada no se limita a este tipo de imágenes, se recurre a otras escenas privadas para completar el retrato de los políticos. Amante de la cultura, preocupado por el medio ambiente o grandes deportistas. Categoría, esta última, en la que a menudo los políticos están más preocupados por parecer un superhéroe que un ciudadano de la calle. Basta con recordar al Sarkozy superdeportista, al que el photoshop borró los michelines que le colgaban (claro que siempre le han gustado mucho los trucos de cámara), o el hyperman Putin, más parecido a Chuck Norris que a un ser humano. Imágenes que pueden quedar muy descontextualizadas y que, quizás fruto de lo ‘preparado’ o artificial, terminan convirtiéndose en objeto de burla. Fracasando en su propósito. El público no quiere coleccionar fotos de nuestros políticos como si de un futbolista, cantante o actor se tratase. Por mucho que se empeñen en mostrar sus mejores poses, no hay foros o páginas de fans con secciones para los políticos (son pocos los que llegan a entrar en estas páginas, la colección de las mejores miraditas de Alberto Garzón no es cualquier cosa). Si Aznar esperaba que su tableta forrase carpetas de adolescentes o Soraya convertirse en toda una sex symbol, mejor que pierdan la esperanza. ¿Qué diría Pérez Hilton de todo esto? Igualmente otros muchos han fracasado en su intento de dar una imagen de normalidad y cierta modernidad. Tales como el Zapatero runner, que no dejaba huella en la arena (que se permitió echar unas carreras a Cameron), o el Rajoy de los tuppers, con las sobras de La Moncloa a cuestas (y de los que no se llegó a distribuir imágenes). Parece que en España no hay manera de colar esta tipo de contenidos.

Más allá de la imágenes preparadas y lanzadas, el político no tiene vida privada. Es decir, es verdaderamente íntima. Poco o nada se sabe de la misma y poco interesa salvo, es claro, si hay algo oscuro que pueda saberse. Entramos en el terreno del rumor, de lo que se conoce (o cree conocer) y lo que no se puede enseñar (generalmente porque no se encuentra material que lo refrende). Si el rumor es lo suficientemente jugoso y terminan apareciendo pruebas (muchas veces solo indicios) de lo que se insinúa puede llegar el escándalo (que también puede saltar sin necesidad de los preeliminares).

Con la llegada de la red y la pérdida del control de la información aparecen las campañas negativas. Nada que ver con el Daisy que inauguró esta modalidad y que ponía en tela de juicio la capacidad del candidato presidencial Goldwater para mantener la paz mundial. La entrada de cualquier blog, vídeo en youtube o comentario en las redes sociales… todo vale. Se ha creado un espacio perfecto para la difusión de rumores. Para dar a conocer las conductas reprobables de los políticos. Por ejemplo, de aquellos que presumen de una vida familiar ejemplar y de los que aparecen datos o imágenes de distintas infidelidades. O de aquellos que se dedican a la defensa del medio ambiente y resultan ser propietarios de empresas contaminantes. Un luchador anticapitalista con demasiadas propiedades dedicadas a la especulación o un moralista diputado con profusos vicios. Etc, etc y más etc.

Los rumores son ese murmullo que acompaña a alguien tras de sí. Un murmullo que dice o apunta algo, aunque pueda resultar totalmente falso. La vida privada de los políticos acumula todo tipo de rumores. Si bien es cierto que son los que se refieren a la vida sexual de los mismos los que más recorrido tienen. Kennedy, del que hemos dicho mostraba una vida familiar ejemplar, de lo que debía ser toda buena familia estadounidense (incluida una Primera Dama icono de la moda, siempre abnegada un paso por detrás de su esposo), también protagonizó todo tipo de rumores a cuenta de su activa vida extraconyugal (bonito rodeo para no escribir un castizo ‘poner los cuernos’). Una serie de dimes y diretes que, en cierto modo, además de dar una mala imagen del presidente contribuían igualmente a reforzar la fama de gran seductor que tenía. Y es que los rumores, sobre todo de este tipo, no siempre tienen un carácter negativo (mientras no lleguen a la categoría de escándalo). El de Kennedy y su larga lista de conquistas, a cada cual más meritoria, es un buen ejemplo. Una fama que solo pueden igualar Sarkozy, Berlusconi y algún que otro ministro de España... Todo depende de qué entiende la gente que es inadmisible. Por ejemplo, teníamos un vicepresidente conocido por ser un gran seductor. Algo que sus rivales políticos, no de conquistas (se entiende), trataban de emplear apelando, en el terreno informal, a la catadura moral del político en cuestión. Lejos de alarmar a las masas, la ciudadanía se despreocupó de tal asunto o acabó pareciéndole bien que en el gabinete presidencial hubiese un hombre como Dios manda… Una estrategia parecida a la que trató de emplear en pleno debate electoral en las municipalesde 2007 Miguel Sebastián, candidato del PSOE, contra Alberto Ruiz Gallardón, candidato del PP. 

Noble tradición española la del rumor. Si twitter hubiese existido en el S. XIX los Episodios Nacionales hubiesen sido mucho más entretenidos. Con una Corte que era una fuente de producción imparable con sus amantes, intrigas y todo tipo de excentricidades. Algunos de gran mérito, que más que al Sálvame deberían haber ido al National Geographic. Como aquella reina consorte que seguía quedándose embarazada de su marido años después de haber muerto él… Claro que tampoco todo iba a ser tan excepcional, también hay espacio para cosas más mundanas, como los rumores que hablan de la amante del Rey que se instala a pocos metros de palacio para hacer vida conyugal con el monarca. Toda una tradición familiar. Pero la rumorología no se limita a la Corte. Hay ejemplos de todo tipo en la política española. Algunos con cierta sorna, como Primo de Rivera que escribía cartas de recomendación a “La Caoba”, la prostituta que decían le prestaba sus servicios, o absolutamente maledicentes, como los que se referían a Castelar, del que se decía que le gustaba salir por la puerta de atrás del Congreso o recibía el apelativo de Inés del Tenorio por su presunta homosexualidad. 

Que un rumor se convierta en un escándalo depende principalmente de dos factores. En primer lugar, como ya hemos dicho, de lo que los ciudadanos consideren inadmisible. Un elemento variable a lo largo del tiempo. No todo es igual de escandaloso siempre. En segundo lugar, e igualmente importante, de la importancia que los medios de comunicación den al asunto. Pequeñas cuestiones se han convertido en grandes escándalos y grandes escándalos han sido silenciados hasta hacerlos pasar inadvertidos. Una fórmula que no siempre da el mismo resultado y que hace que la vida privada de los políticos pueda resultar  peligrosamente pública. Pero de los escándalos ya hablaremos otro día. 

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