Volksempfänger, Volkswohnung, Volkswagen… y Fanta
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Volkswagen Kdf-Wagen, 1938 |
Volksempfänger, la radio del pueblo; Volkswagen, el coche del pueblo; Volkswohnung, la casa del pueblo; Volkskühlschrank, el frigorífico del pueblo… en definitiva el consumo del pueblo. El consumo, una de las obsesiones de la Alemania nazi propias del Estado (corporativo) nacionalsocialista que deseaban construir y que debían conjugar con la necesidad de estimular una carísima industria bélica. Difícil ejercicio contable al que la propaganda de una ideología totalitaria no dejaba otra opción. La nueva sociedad imaginada por el nazismo requería de ciertas coberturas que ayudaran al pueblo alemán a digerir un sueño imperialista que les exigiría un buen número de sacrificios. El consumismo aparece como soporte del nuevo estado y como dogma: la máxima expresión de la clásica obsesión por el desarrollismo de las dictaduras.
Este plan productivo, industrial y social, se acompañó de un plan de propaganda secundario que crease en los ciudadanos las necesidades de consumo de una sociedad que todavía se encontraba en el tránsito de la fallida Weimar y la emergencia de una economía de guerra. Sin duda, esta era la parte más sencilla. Pues algunas de las estrategias publicitarias (propias del marketing más avanzado) ya habían probado su eficacia en los trabajos de Bernays y cía. durante su paso por el Comité Creel. Se diseñó, a tal efecto, toda una campaña publicitaria que animase a los alemanes a ser 'buenos alemanes' adquiriendo los productos que el Estado fabricaba para su realización personal. “Ahorre 5 marcos a la semana y consiga su coche”. Nada más y nada menos que un Volkswagen ‘Kdf-Wagen’ (que ya era conocido con el sobrenombre de ‘escarabajo’) diseñado por el propio Ferdinand Porsche. Toda una maravilla de la ingeniería alemana a bajo coste. ¿Necesita un frigorífico? No se preocupe, el Estado también le proporciona un Volkskühlschrank a buen precio.
Fundamental el consumo y su estímulo. Parte de la estrategia propagandística del nazismo necesitaba un medio con el que llegar a todos los hogares. Consumo y propaganda se conjugaron y resolvieron la ecuación con el lanzamiento de uno de los electrodomésticos estrella de nuevo régimen, la Volksempfänger o la radio del pueblo. Un aparato barato y algo tosco, pero imprescindible. Además de cumplir con la función de recepción de mensajes y creación de estereotipos, la Volksempfänger disponía de un ingenio que le impedía sintonizar radios extranjeras, pues tenía un alcance limitado a los repetidores alemanes. De este modo, el Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda se aseguraba el cumplimiento de uno de los requisitos fundamentales para la consecución de una estrategia de propaganda integral: evitar la disparidad de fuentes de información. En otras palabras, que la única información que los alemanes recibiesen fuese la que Goebbels dictaba. Todo un éxito.
En este ambiente de consumismo, la Alemania nazi no faltó a la fiebre de la Coca-Cola. En venta en el territorio germano desde 1930, tal fue el éxito del producto que el régimen nazi no dudó en presentarlo como genuinamente alemán. Algunas fuentes apuntan a que el propio Goering colaboró activamente a la extensión del refresco con el objetivo, una vez implantado, de nacionalizar la producción y hacer de la Coca-Cola (entonces sí) un producto genuinamente nazi. Sin embargo, la demanda de la bebida de Atlanta no pudo satisfacerse mucho tiempo.
Iniciada la Segunda Guerra Mundial, Coca-Cola decidió suspender los envíos del jarabe con el que se elabora el refresco (sí, ya conocen la famosa historia de la fórmula secreta y que en las fábricas únicamente se añade el agua y se envasa). Así, Coca-Cola GmbH (la filial alemana) paró su producción. Fue entonces cuando los ingenieros alemanes se pusieron manos a la obra. Necesitaban descubrir la fórmula y continuar con la producción por su cuenta. Algo que no consiguieron, por lo que se iniciaron los trabajos para crear un nuevo refresco capaz de sustituir el original. Probando con distintas combinaciones, crearon un refresco con sabor a una fruta indeterminada. Esto es, como Alemania se encontraba en guerra resultaba más efectivo hacer una bebida sin sabor a una fruta en concreto y, de este modo, no exponer toda la producción a un eventual desabastecimiento de la misma. Como no se sabía a qué sabía, o dicho de otro modo, no se tenía intención alguna de aclarar que el refresco era un derivado de restos de frutas con muchos aromatizantes, la maquinaría del marketing se puso en funcionamiento y lanzó un nombre a tal efecto: “Fanta”. Un derivado de ‘Fantasia’. Es decir, imagínese usted a qué sabe este alegre y refrescante producto.
Fanta triunfó apoyándose en la inercia consumista creada por el nazismo y en la necesidad que los alemanes tenían de que algo dulce que paliase el racionamiento de azúcar que se produjo durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial. Un producto que se creó en la Alemania nazi pero que nunca fue un producto nazi. A pesar de ello se dejó un período de cuarentena y no fue hasta la década de 1960 cuando Coca-Cola inició su producción a escala mundial con una notable aceptación. De este modo se paso de una propaganda a otra. Y es que tras la guerra, la corporación estadounidense se convirtió en uno de los mejores recursos propagandísticos del bloque occidental de la Guerra Fría. Tanto que algunos cruzaban del Berlín oriental para llevarla a la URSS ;)
[Escena de "Un, dos, tres" de Billy Wilder]
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