Duran, bajo el síndrome de Ottinger


[Foto: Gorka Lejarcegi, El País]

Comenta Philippe J. Maarek, en su famoso Marketing político y comunicación, que una de las mayores dificultades que aparecen en la gestión de la imagen de un político es la de conservar lo construido. Principalmente por los problemas de compatibilidad que pueden darse entre la imagen y el hombre político. No tanto porque se produzca un desajuste entre la personalidad real y la imagen que se construye, sino por el que puede producirse entre la imagen que se crea y la personalidad que se percibe por parte del ciudadano. Principalmente por culpa de unos asesores que se empeñan, en cumplimiento de sus funciones, en borrar del político las características que puedan resultar menos atractivas y resaltar aquellas que sean más adecuadas para la construcción de una imagen positiva. 

Dentro de esta arquitectura es habitual que exista distancia, mayor o menor, entre la personalidad real del político y la personalidad construida o proyectada, quedando el político atrapado en una ficción que difícilmente puede mantener cuando se somete a algún tipo de evaluación. Este es el caso de Richard Ottinger, congresista demócrata de los Estados Unidos que dio origen al síndrome que lleva su nombre. Un fenómeno muy conocido por los especialistas de comunicación política estadounidenses, aunque no para los correctores de la Wikipedia española que lo consideran un bulo o fraude

Ottinger, miembro de la Cámara de Representantes, se presentó al Senado por el Estado de Nueva York en el año 1976. Un hombre joven sin demasiada experiencia. Es por ello por lo que sus asesores diseñaron una imagen que le permitiese un rendimiento positivo a su juventud. Crearon, con tal intención, un yuppie de Wallstreet (un Bud Fox cualquiera). Un hombre dinámico, seguro de sí mismo, con determinación… una serie de valores próximos a esos ejecutivos que triunfarían en la década de los ochenta. Sin embargo la ficción publicitaria no duró demasiado. En un debate televisado se quedó en blanco ante las preguntas del interlocutor y sus contrincantes. No supo contestar, fue titubeante, inseguro de sí mismo… mostró una imagen (la real) contraria a la proyectada en su campaña electoral. Fin de la candidatura aunque no de su carrera política, pues siguió en el Congreso hasta 1985. 

Mapa de la corrupción en España
En toda construcción de una imagen política siempre existe un riesgo de exposición y desfase cuando se somete al público. Este es el caso de Ottinger, que no superó una sencilla prueba, y lo es el de Duran i Lleida. Un político que ha pulido su imagen a lo largo de una amplía carrera política sobre la base de una sólida oratoria. Duran se ha convertido en el “catalán que gusta en Madrid” (dicho esto con todas las reservas del mundo). Un tipo afable, preparado, de buen verbo, conocedor de la situación política, especializado en los temas económicos y nacionalista aunque no demasiado independentista. Una serie de valores que han hecho de este político todo un ejemplo del buen parlamentario al que cuando el Gobierno (este y el anterior) toma una medida económica, todos miran para saber si el ministro del ramo acierta. 

Asimismo, Duran se ha acompañado del habitual halo de honestidad de una clase política, la catalana, que suele señalar a Madrid cuando se habla de corrupción: aquí no hay, son murmuraciones y maledicencias. Esta inmaculada imagen, que además encaja bien con la idiosincrasia de Unió, le ha permitido todo tipo de golpes en el pecho, sin medir la fuerza con la que se los daba ni las consecuencias que podían tener. Y así, hace trece años, Duran aseguró que dimitiría si el caso Pallerols resultaba cierto. Todo se trataba de una campaña de descrédito contra él, afirmaba, al tiempo que ponía su imagen como garantía de que nada había sucedido y todo era legal. Es decir, pidió a los ciudadanos que recordasen su magnífico expediente y no dudasen ni por un instante de su palabra. Sin embargo, pasados los años, Unió ha terminado admitiendo la corrupción y se prepara para el pago de la multa correspondiente

El principal problema de Duran no se centra únicamente en si dimite o no. Su problema es que ha caído en un claro síndrome de Ottinger. No sólo por las dificultades que tiene para mantener su promesa (¿dimitirá?), sino porque la imagen de hombre íntegro se ha acabado. O al menos debería. Ha construido una imagen política de un hombre que nunca existió y que se ha revelado como falsa de la peor forma posible: tirando de hemeroteca para leerle sus propias declaraciones. En castizo, le ha pillado el carrito de los helados. Un desastre desde el punto de vista de la comunicación porque afecta a una de la más importante cualidades que debe desplegar un político: la credibilidad. A partir de este momento dará igual si Duran dice que el sol sale por el este y se pone por el oeste, pocos serán los que no comprueben el dato para ver si no es otra de sus mentiras. Y ante este déficit de credibilidad sólo queda una opción, dimitir. Exactamente la misma salida que otros tantos, con casos similares, no tomaron en su momento. Pero eso ya no es culpa de los que se quedan sino de los que después de tres tuits encendidos pasarán a otro trending topic.

"El prestidigitador y el ratero", El Bosco

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