Obama’s night
Abandonado el clásico titular que proclama al presidente ganador, el New York Times abre con este expresivo titular que trata de reflejar la tensión de una noche electoral en la que el Presidente de los Estados Unidos consiguió su reelección. Sin duda, todo indicaba desde hace tiempo que este diario, y todos los demás medios (puede que la FOX no), publicarían el primer miércoles después del primer lunes de noviembre que Barack Obama había ganado las elecciones presidenciales tras un dura campaña. Una campaña que, como es costumbren los EEUU, se ha extendido a lo largo de los últimos meses y que ha dado como resultado un aumento de la competencia en el voto popular (no tanto en el electoral). Especialmente en algunos estados indecisos o swing en los que, finalmente, Obama ha ganando de forma mayoritaria. Y es que en gran parte de las encuestas en estos distritos, el candidato demócrata conservó una ventaja que le daba desde una victoria pírrica, con unas pocas décimas por encima, hasta 3 ó 4 puntos de distancia. Lo que dentro del cálculo global real indicaba a todas luces (con los responsables de la campaña demócrata con los dedos cruzados) que pese a que podía vivirse una noche electoral más o menos larga, con los ya clásicos cambios de color de Florida, pocas eran las probabilidades que tenía Romney de dar la sorpresa. Una sorpresa a todas luces, pues la mayoría de los electores estadounidense creía que Obama sería el ganador de las elecciones. Dato importante este [Gallup]. Amén claro, y pese a la insistencia de algunos medios españoles de centrar toda su información sobre el sistema electoral de EEUU en la existencia del Electoral College como si fuese más importante, de la aplicación de un sistema mayoritario con los efectos políticos que provoca. Información deficiente que, en los especiales informativos, añadía algo de suspense a las cuatro de la madrugada (hora española). Imagino que sería un acicate para que la gente abandonase toda esperanza de irse a dormir. No tenía mucho más sentido.
En lo que tiene que ver con la campaña, Romney no ha sido un gran candidato pero sí ha sido un candidato mejor de lo que se esperaba. A la altura de una buena campaña del Partido Republicano. Ha aprendido de sus errores sobre la marcha (es la ventaja de una campaña de tres meses, da para todo), disciplinándose y empleando los resortes que mejor imagen le permitían presentar. Si no puedes aprovechar del cesarismo presidencial, al menos que la potencia de esa estampa, con camisa blanca incluida, de rey de las finanzas te acompañe a la hora de evocar aquel glorioso pasado en el que la economía estadounidense crecía robustamente. Un recurso, la economía, en la que el candidato republicano ha destacado muy por delante del demócrata (no se trata de quién llevaba razón, sino de quién fijaba los temas y monopolizaba el debate).
La maquinaría electoral del Partido Republicano, una de las dos más potentes del mundo, la otra es la del Partido Demócrata, ha sido capaz de elevar el bajísimo listón dejado por McCain y sobreponerse a los golpes que los propios compañeros de Romney le han propinado. Desde la esperpéntica silla vacía del genial Eastwood, que terminó eclipsando una convención algo descafeinada, o los iluminados que cuando el candidato republicano se aproximaba tímidamente al voto femenino (más allá de su electorado natural), aparecían para aclarar que los hijos fruto de una violación son obra de Dios y que de abortar nada de nada. Únicamente faltó Santorum anunciando deportaciones masivas de hispanos tras un hipotético triunfo de los republicanos. No es que Romney no supiese dónde estaba el centro y por eso fuese cambiando de opinión constantemente, es que se lo movían a cada paso con una colección de errores que pudieron cubrirse, al menos en parte, con mucho dinero invertido adecuadamente en publicidad. No obstante evidenciaba la debilidad de un partido que no era capaz de presentar una segunda fila de políticos solventes más allá del ticket electoral (y del Tea Party, claro). Al fin y al cabo, no es lo mismo tener de sustituto de mítines y bolos electorales a Bill Clinton (el “último de los Kennedy”) que a un Bush con paradero desconocido o la amenaza permanente de una aparición sorpresa de Palin. En cualquier caso, seamos justos, el candidato lo es todo, así lo exige el sistema presidencialista. No se puede echar la culpa a los secundarios, aunque siempre deben actuar bajo una sencilla lógica: “ya que no sumas, al menos no restes”.
Obama, por su parte, tenía el convencimiento de que Romney era un candidato parecido a McCain. Un republicano de otra época que poco o nada tendría que hacer contra el deslumbrante resplandor de la campaña demócrata. Sin embargo, esta campaña nunca tuvo lugar. Obama, hasta la fecha, no ha sido un presidente especialmente brillante. La falta de iniciativas claras que plasmasen el cambio preconizado con el “Yes, we can”, unido a las trincheras de una Cámara de Representantes capaz de bloquear hasta la compra de una caja de clips, ha hecho que la distancia entre los más esperanzados y el presidente acabase situando a los primeros en terrenos propios de la desafección. No sería una campaña triunfal de grandes discursos y mítines multitudinarios retransmitidos a todo el mundo. El Obama presidente había perdido algo de prestancia y necesitaba ponerse manos a la obra. Una vez puesta en marcha la campaña, e incluso antes de su tropiezo en el debate de Colorado, pudo despertar a las mujeres. Uno de sus principales grupos de votantes. Pero aún seguía sin despertar a los más críticos, a los jóvenes con estudios universitarios que no encuentran trabajo en la América del Obama al que votaron. Aquellos que prácticamente le había llevado en volandas a la victoria de 2008.
Así, con los negros y los hispanos (votantes muy leales), con el voto femenino y con una importante cuota dentro de los hombres blancos (evangelistas del Medio Oeste) sólo le quedaba esos jóvenes para componer su electorado "natural". Motivo por el que Obama aumentó el tono y pasó al ataque. Constantes ataques a la riqueza heredada de Romney caricaturizándole como una persona que no ha luchado por nada, preocupación por la supervivencia de la educación y por el primer empleo de los universitarios, etc. Una serie de mensaje que si bien calaban no terminaban de empapar en un segmento de la población que no se planteaba cambiar de bando, en ningún momento Romney disfrutó de la virtualidad de sus votos, pero que tampoco tenían mucho interés en volver a apoyar a un presidente que, entendían, les había fallado. Consciente de la necesidad de no dejar a nadie en casa, la campaña demócrata puso la maquinaría a tope. Y si es cierto que Obama no ha sido un presidente con brillo, sí es un candidato muy brillante. Y cuando en una campaña coincide por un lado una plataforma comunicativa bien engrasada, y por el otro un gran candidato, se hace difícil no conseguir la victoria.
Aún costándole muchísimo más esfuerzo del previsto inicialmente, y requiriendo igualmente una gran inversión económica en publicidad, Obama finalmente activo en número suficiente a sus votantes empleado una triple estrategia: la ambigüedad controlada (soterrada) del obamacare como reclamo electoral y aval del “cambio” que se estaba produciendo pero con la precaución de no alejar a los “votantes económicos” cansados de tantos impuestos; recogida de frutos de políticas activas llevadas a cabo en la legislatura, principalmente el salvamento de la industria automovilística. Un salvamento no exento de crítica y con el que consiguió mantener a flote a buena parte del Medio Oeste (donde se encuentran un buen número de los estados clave - Ohio); recuperar el espíritu de cambio y generar nuevamente (eso sí, en menor medida) la ilusión (que cuatro años no son nada y lo mejor está por llegar) de una América más próxima a la imaginada en 2008. Así, a lo largo de toda la campaña y en distintos momentos puntuales, recurrió al apoyo del matrimonio igualitario, declaraciones sobre el aborto, regularización de inmigrantes, críticas a la condición de millonario de Romney (¿se puede ser Presidente de los Estados Unidos sin ser millonario?), etc. Una serie de elementos próximos a los viejos cleavages políticos que terminaron, a juicio de los resultados, de animar a los votantes demócratas.
A medida que pasaban las semanas, con todo esto, el mapa se fue coloreando poco a poco. El margen de error de las encuestas (de las grandes empresas) se fue reduciendo y consolidando el reparto proyectado. Ya lo decía FiveThirtyEight. Por lo que la noche electoral fue confirmando el estrecho margen de algunos estados clave y la no sorpresa en otros tantos donde los republicanos tenían puestas sus esperanzas. Finalmente, con todo el guión cumpliéndose, Obama se reconoció ganador y Romney validó la reelección del presidente. Una victoria tanto en voto popular como en voto electoral. Algo que preocupaba a la candidatura demócrata: no salir con un margen lo suficiente amplio en el voto popular como para indicar que se había producido una victoria cómoda. Anyway, en los sistemas mayoritarios da igual ganar por un voto que ganar por dos mil, lo importante es sumar el distrito a tu columna hasta llegar a los 270 votos electorales. Y así lo hizo Obama.
Liberado de la presión de una nueva reelección, Obama ha prometido intensificar las políticas de cambio. Aunque todavía no está muy claro en qué consisten exactamente. Sin embargo, su 4 more years está condicionado por el check and balance. Con una Cámara de Representantes controlada por los republicanos, su capacidad de acción se limita. Algo que intentará evitar entablando diálogo con un Romney con el que desea tratar la cuestión de la división electoral y política del país en busca de una vía cooperativa entre los dos grandes partidos. Si bien es cierto que la intención y el propósito son buenos, puede que no lo sea el interlocutor. Pues eliminado de la carrera presidencial por la vía de las urnas, poco futuro le espera al republicano. Sobre todo en un sistema en el que los candidatos no son los líderes de sus partidos, sino unas personas que encabezan una oferta electoral concreta en un momento puntual. Por lo tanto, se hace complicada está especie de gran coalición. Aún más con un Partido Republicano que debe organizarse (cada elección que pasa se dice lo mismo) para dar finalmente acomodo (y un mayor reconocimiento) en su estructura al Tea Party o, por el contrario, terminar expulsándole con el estigma de haber sido los causantes de la pérdida del centro político y, en consecuencia, de su derrota. Entendido este centro como el punto medio de la distancia que hay entre republicanos y demócratas, no como el centro en una escala ideológica 1-10 (izquierda-derecha).
Asimismo, ambos partidos tendrán que afrontar en los próximos años el escenario de 2016. ¿Exagerado? Teniendo en cuenta que en la convención demócrata se asistió a la puesta de largo de Julián Castro, alcalde de San Antonio, hispano para más señas, y a una especie de celebrity match virtual entre la Sra. Clinton (que ni siquiera estaba allí) y la Sra. Obama por saber quién será la primera presidente mujer, pues igual no vamos tan exageradamente desencaminados. No obstante, aún queda mucho, tanto que Obama no empieza su segundo mandato hasta enero.
Y ya saben, al principio los presidentes reelegidos mandan mucho y concentran una gran cantidad de poder, pero al final todo el mundo termina pasando de ellos. Ya lo decía Bill Clinton.
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