Everybody lies (y si te preguntan, más)



"Hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas"
Mark Twain

Everybody lies, o todo el mundo miente. Lo que prefieran. Tanto da. Lo decía el Dr. House en tiempos y algunos pensaran que no ha cambiado mucho el acierto de su afirmación. Sobre todo después de ver lo poco que se parecen las encuestas electorales catalanas a los resultados que finalmente arrojaron las urnas. Y es que si algo interesa y crea expectación entre los españoles, en lo que tiene que ver con la política, son las estimaciones de voto. Es decir, que los medios publiquen el nombre del ganador o ganadora con la suficiente antelación como para poder dedicarnos a otra cosa. Reto que, acertar el ganador, no resulta demasiado complicado. Lo de acertar el número exacto de escaños, eso sí, parece más uno de los trabajos de Hércules que el resultado de una investigación demoscópica.

Muchos son los problemas que llevan a una encuesta o sondeo a errar su pretendido e impuesto propósito de acertar el resultado final de una elección. Quizás ese sea su principal error (o el nuestro), creer que las encuestas son fruto de una predicción hecha en una bola de cristal que nunca se equivoca. Es necesario, en primer lugar, reformular el modo en el que nos aproximamos a estas herramientas. Las encuestas o sondeos son una fotografía del electorado en un momento concreto. Gracias a esta imagen podemos realizar un análisis de lo que pasa y una estimación de lo que creemos pasará. Y, ya que hablamos de fotografías, si algo determina en el resultado del “click” es la técnica y las condiciones en las que se hace. No es lo mismo, lógicamente, una fotografía que se toma en un estudio bien iluminado, con todo el tiempo del mundo para encontrar el encuadre adecuado y hasta el photoshop para un retoque posterior, que una fotografía tomada con un móvil en una noche de fiesta. Es decir, no es lo mismo una encuesta realizada en condiciones ideales que aquellas que se realizan con unas condiciones técnicas limitadas en las que la máxima de actuación es hacer de la necesidad virtud.

Los errores y dificultades en las encuestas, especialmente en lo que tiene que ver con el éxito en la estimación de voto, han sido tratados ampliamente por la academia y los profesionales del sector. Incluso el bienamado Ministro de Educación, puede que ya no tan querido a juzgar por los barómetros de opinión…, tiene publicado en la REIS un artículo de elocuente título: “No le contéis a mi madre que hago encuestas políticas. Ella cree aún que trabajo de pianista en un burdel” (99/02 pp. 237-245). En suma, en esta y muchas otras aportaciones, existe una coincidencia en la detección de las principales dificultades: la falta de tiempo, el escaso tamaño de la muestra, el clima de opinión (uno de los factores que, seguramente, más ha influido en el fracaso de los sondeos en Cataluña)… mucho más allá del celebérrimo voto oculto o vergonzante que, metodológicamente, a estas alturas de la película, parece una cuestión más o menos resuelta.

Problemas constantes en el tiempo, pues desde que el Sr. Gallup iniciará el camino con sus aciertos en las primeras décadas del siglo XX para luego equivocarse en 1948 proclamando el triunfo de Dewey frente a Truman, se ha buscado el perfeccionamiento de una metodología que optimice los recursos y permita una mayor fiabilidad. Una búsqueda similar a la que emprende James Stewart en la “Magic Town” de William A. Wellman (1947) y que concluye con el descubrimiento de Grandview, una pequeña ciudad que reflejaba con exactitud las opiniones de todos los estadounidenses. Claro que entre que buscamos y encontramos nuestra Villamuestrademoscópica tendremos que conformarnos con el manido tópico de: "la mejor encuesta son las urnas" o, "la mejor encuesta es la de la noche electoral". Ya saben, no hay enemigo pequeño y son once contra once.

En cualquier caso, y aún dándose las condiciones más favorables, quedaría resolver la cuestión legal. En España no se pueden publicar estimaciones de voto en la última semana de la campaña electoral. En otras palabras, cuando más ajustadas pueden ser las encuestas al estar más próximas al momento de la votación, no se pueden publicar. Hay que recurrir a las filiales que los medios puedan tener en el extranjero, como ya hiciera en 2010 El Periòdic d'Andorra filial de El Periódico, u observar con curiosidad científica la cara de los candidatos o líderes que, ellos sí, saben el estado real de la estimación de voto de su candidatura. 

¿En qué medida es importante acertar el número de escaños? ¿Además de por el prestigio del organismo que emite su estimación? Pues principalmente por dos motivos. Los efectos limitados que puede producir entre el electorado, underdog y bandwagon, activando y desactivando votantes. Y los efectos, no tan limitados, que se producen entre aquellos que encargan las encuestas y viven intensamente los análisis y comentarios de las mismas. Esto es, los políticos, responsables de campañas y medios de comunicación. Creando o modificando el clima de opinión en función de estos datos y sus propios intereses. Intentando, principalmente, refrescar ejes del debate y activar grupos de votantes.

No obstante, y para concluir, cabe aún el peor uso que tiene una encuesta: dejarse convencer por la bondad de los datos que arroja como si de un efecto Forer se tratase. Ese que dice que cuando una persona lee su horóscopo cree que ha acertado en casi todo lo que le ha dicho (un horóscopo, una vidente o una descripción genérica de lo estupendo que es uno). Pero no tanto porque mueva al electorado en los limitados efectos que ya hemos mencionado, sino cuando el candidato o candidata cree que ha ganado y ya no necesita mover ni un dedo. Confundir una encuesta con un escrutinio es un error que puede alcanzar dimensiones apocalípticas en una campaña. Y esto, también sucede. 

2 comentario(s)

Anónimo | 28 de noviembre de 2012, 19:16

No sabía que el ministro supiese leer y escribir.

enriquebermejodotor@gmail.com | 29 de noviembre de 2012, 23:34

Que todos quieren meter mano en la cocina y el cinismo político son los ingredientes de nuestra cultura política ibérica